MAYO
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor
Por mayo adelantado cantaban ya las codornices en los trigales de Sarnago. Don Joaquín, el maestro manco, sacaba la red verde del armario y, al terminar la escuela, sin quitarse el guardapolvo gris, salía por la calleja de las eras con el reclamo en la mano a probar suerte en las piezas del Collado. Nosotros, sus alumnos, animados por su ejemplo de cazador furtivo, soñábamos con irnos de nidos y aprovechábamos el recreo de media mañana para dar una vuelta a las paraderas del salegar. Solían caer bajo la implacable losa de la ingeniosa trampa inocentes pardillos del pecho colorado, verdecillos que llamábamos perdiguines y cardelinas o colorines del canto de cristal. Poco importaba que las hembras murieran despachurradas con los huevos dentro aún de sus entrañas, dispuestos para el nido. ¡Un crimen en primavera, una barbarie, que entonces nos parecía un entretenimiento completamente inocente! Como se ve, la inocencia va por barrios y por épocas.
El sol de mediodía caía a plomo sobre las austeras Tierras Altas, cubiertas milagrosa y -¡ay!- pasajeramente de un verde lujurioso. El monte había despertado ya tras el oscuro letargo invernal. Por las veredas olía a flor de estrepa, aún en mocollo, y a sabino, y el cuco cantaba alegre y desenfadado por la cañada y los prados. La señal de que apretaba el calor, además de la nube de moscas que lo invadía todo y que relevaban a las “moscas blancas” del invierno, es que las ovejas se apiñaban amodorradas para la siesta, bien apretadas unas con otras, a la sombra de los robles en la entrada de la Mata o en lo bajero de cualquier ribazo, al pie de un calambrujo o de un bizcobo. Se notaba a la legua que la lana les abrumaba. La piara andaba pesadamente, y no tardaría mucho en llegar el día del esquilo. Los esquiladores – estoy viendo al tio Patricio con el cuerpo doblado- sacaban los vellones enteros, con verdadero arte, a punta de tijera en el portal de la casa y luego marcaban el costillar de las recién esquiladas con pez hirviendo. A las corderas les cortaban además el rabo. Los rabos de las corderas eran para nosotros, los niños, un festín largamente esperado. Del esquilo salían las pobres ovejas, cuando les desataban las patas y quedaban al fin libres de las garras del esquilador -los pantalones de éste brillaban por la grasa de la lana- corriendo desconcertadas, como perdidas, mucho más ágiles y, me parecía a mí, con sensación de desnudez, como deben de sentirse las modelos de ropa interior en la pasarela.
A estas alturas de finales de mayo recuas de caballerías andan por el camino de las huertas cargadas de serones de ciemo. Es la hora de los hortelanos. Baja crecido y cantarín el rio entre los chopos y las mimbreras. Cantan las torcaces en celo. Los lunes llegan puntuales a la plaza con sus machos cargados de manojos de plantas de berza, de lechuguino y cebollino, los coleteros de Aguilar del Río Alhama, camino del mercado de San Pedro. Con el buen tiempo no tardará en sonar por las esquinas el chiflo del capador francés o del afilador, perfectamente discernibles uno del otro. Al caer la tarde los segadores pican el dalle con el martillo y el yunco en la puerta de la casa. A finales de mayo o principios de junio espera ya al dalle la olorosa hierba de los prados y la esparceta en flor. Son los preámbulos amables de la cosecha.
Antes llega la fiesta. Las tres mozas de la móndida se aprenden estos días de memoria sus romances medievales que recitarán en la plaza. Y el mozo del ramo se prepara para enarbolar por las calles abriendo la procesión la redonda copa de arce, cortada la víspera en la dehesa y adornada con pañuelos de colores, roscos y rosas. Las calles estarán barridas -cada vecino, su parte-, pasará la música y arriba, en el lugar acostumbrado de la era empedrada, frente a la fuente, el lavadero, el juego-pelota y la iglesia, amanecerá el día de la fiesta con el mayo pingado, símbolo de alegría y fertilidad.
(Por si alguien muestra perplejidad, que escuche bien y que piense. De los recuerdos también se vive. Puede que la vida, en última instancia, sea sólo lo que recordamos)