REGRESO A SORIA
por elcantodelcuco
El Viernes Santo nevaba en El Valle. La hermosa comarca verde de Soria, hasta no hace mucho poblada de vacas royas, donde fabricaban a mano, si lo recuerdan, la famosa mantequilla, es, desde hace años, mi tierra adoptiva. El cielo, cuando llegué a Valdeavellano de Tera, se cerraba sobre los tejados. Un manto oscuro cubría la Cebollera y se extendía por las sierras de Piqueras y Oncala. Imposible vislumbrar siquiera, allá arriba, tras la barrera espesa, mis Tierras Altas, adonde se dirige siempre el corazón de este desterrado. Complicado atreverse a traspasar el puerto con este tiempo de perros. Un día así, si viviera el Inés, el chófer de “La Exclusiva” Soria-Calahorra, iría echando juramentos por las revueltas del puerto. ¡Cualquiera se atreve a subir hoy a la Alcarama por la Cruz de Cantos, tomando en el collado del Robledo el cortafuegos de la izquierda, cara al cierzo, entre las estepas y los sabinos! Habrá que dejarlo para más adelante cuando espigue la mies, canten las codornices en las esparcetas y el sol caliente un poco. Hace tiempo que sueño con esa cita en lo alto de la Alcarama, junto con los amigos y la familia, compartiendo una fiambrera, una hogaza de pan y una bota de vino y contemplando desde lo alto, en un día claro, el asombroso e interminable paisaje de la tierra torturada y luminosa. ¿Quién se apunta?
Digo que cuando llegué a El Valle la nieve se hermanaba ese día con las flores de los frutales del huerto de mi hermano, que empezaban a brotar tímidamente. En Sarnago, que es más tardío, pienso que verdearán si acaso los tempraneros zaragatos del rio y no tardará, si aclara el tiempo, en cantar el cuco por el prado de los Rebollos. Junto a la pared del huerto que da a la calleja de la iglesia, en una rama baja del ciruelo aún sin hojas, descubro un nido de mirlo casi a la intemperie. El pájaro huye ante mi presencia con un vuelo raso, breve y silencioso, evitando revelar su escondite. Me asomo con el mayor cuidado. Ha puesto dos huevos. Son de un precioso color azul cobalto. Aún deben de estar calientes. El cordonazo tardío del invierno le ha sorprendido casi tanto como a nosotros, los forasteros. El mirlo no tardará en volver antes de que la nieve cubra su tesoro escondido, que necesita urgentemente la amable protección de las hojas.
He pensado entonces que el invierno tardío tejía en este Viernes Santo una mortaja inmaculada para el Cristo muerto. Callan las campanas de la torre en señal de duelo. Reina el silencio, roto sólo por el tableteo de la cigüeña en la torre y por el paso de algún automóvil por la carretera; la ampliación de ésta arrasó hace unos años los castaños centenarios a la entrada del pueblo y desventró los caseríos y El Valle para siempre. Ahora hay más coches que vacas. Los robles del monte aún están desnudos. Todo es coherente, o incoherente según se mire. En Soria acostumbran a convivir naturalmente la primavera y el invierno, en una relación inextricable, lo mismo que la cruz y la pascua, o el nido del mirlo y los algarazos de nieve. Más difícil resulta la convivencia entre el progreso y la cultura rural. El “tsunami” del llamado progreso amenaza la existencia misma de estos pueblos. Poco a poco se van quedando como un precioso cascarón vacío para disfrute, en el buen tiempo, de los viajeros de la capital, como yo mismo. Hace tiempo que la gente se fue yendo. Cerraron las casas, cerró la escuela y sólo aumentan los vecinos del cementerio. Como grata sorpresa, se mantiene la panadería del Pablo, a la que acuden en tropel por la mañana de todos los pueblos de El Valle, al olor del pan, en sus flamantes automóviles los forasteros venidos de la ciudad. Gente de paso. No deja de intrigarme, cada vez más, esta huida del paraiso. Este año ni siquiera había mozos para colgar el Judas en la entrada del pueblo la mañana de la Pascua, como se ha hecho siempre.
¡Qué distinto el paisaje de Castilla que describes con el que acabo de dejar yo en el Valle de Ambroz (Extremadura). Es la tierra de las cigüeñas por excelencia, incluida la cigüeña negra del Parque Natural de Monfragüe.
En Extremadura, sin embargo, ya estaban brotados los robles y los alisos y, aún desnudos, pero centenarios, los castaños del “Castañar del Temblar”, en Segura de Toro.
Las Hurdes y la Sierra de Gata de una belleza exuberante. ¡Quién iba a decirlo de esa tierra donde se pasó tanta hambre y mi seria y se murieron tantos niños!.
En el Jerte acababa de celebrarse esa fiesta masiva, hoy todo se masifica, del cerezo en flor. Valle escalonado de millones de cerezos.
Nada más llegar a nuestro alojamiento rural, nos dio la bienvenida “el cuco” y fue inmediata la asociación contigo, Abel, y con el blog. No dejó de acompañarnos los tres días que estuvimos.
Lo que echamos de menos fue el olor a pan pues aunque no lo creas, no queda una sola panadería en esos pueblos. Todo el pan baja, prefabricado, de Plasencia. ¡Cómo entender un pueblo sin horno, sin pan!. Al menos en el Valle, en Valdeavellano sigue en pie la panadería donde se hornea diariamente.
A mí también me encanta Extremadura, destino principal de la trashumancia, tierra familiar en la Mesta. Ya sabes, Chiqui: “Soria fria, Soria pura/ cabeza de Extremadura”. Ah! Y los excelentes chorizos de las Tierras Altas se hacían siempre con pimentón de la Vera.
En el Valle del Ambroz estuve yo hace algún tiempo después de ver un episodio de ‘Un país en la mochila’ del gran Labordeta en el que recorría aquellas tierras. Recuerdo a un hombre de allí que, guitarra en mano cantaba “Al tren del Valle del Ambroz le han robado la voz…” Aquella sencilla melodía me llegó al corazón.
¡Pues fíjate al tren de Soria! Al prometedor Santander-Mediterráneo le han quitado hasta las traviesas. Y la casa del jefe de estación de La Rasa, donde nació Marcelino Camacho, está cerrada, si no está ya derruida a estas horas. ¡En Soria, ni tren ni voz ni voto! Hasta el viento pasa de largo moviendo molinos, que profanan el paisaje, lo único que nos quedaba.
“sólo aumentan los vecinos del cementerio.”.. ¡¡buff!! Ayer cuando me despedía de vuelta a la urbe, le decía a un amigo, algo del tipo, no me falteis ninguno, que paso lista…
Esto es rigurosamente cierto. En Valdeavellano, cuando nos íbamos, era el Domingo de Pascua y las campanas tocaban a muerto por la tarde. Todo un símbolo. Se van muriendo y no nace nadie.
Me apunto a compartir friambera y bota de vino en lo alto de Alcarama, eso sí cuando pase mayo que por estas tierras ya se sabe.
Un fuerte abrazo desde el valle del Alhama
Cuento contigo. Nos veremos, cuando llegue el buen tiempo, en la cumbre de la Alcarama. Va en serio.
Está hecho!!; por cierto hoy he estado en su pueblo de adopción (de paso para Sotillo a probar miel de biércol) y he comprado pan, que lujo!!
He estado mirando las fotos antiguas que habeis puesto en la web de Sarnago y quería hacer dos preguntas (bueno, en relidad me gustaría hacer muchas más pero no quirero ser petarda):
– ¿Es Aurelio, el último habitante de Sarnago, alguno de los fotografiados? Su historia me fascinó. He leído ese capítulo montones de veces y me gustaría ver cómo era, qué decían sus ojos?
– En la foto del maestro con gafas oscuras y los niños, ¿eres tú el tercero empezando por la izquierda de la fila de arriba?
Creo que no hay expuesta ninguna foto del Aurelio, el último vecino, salvo que me corrija José Mari Carrascosa. En la foto de la escuela, que aparece también en la página 91 de “El caballo de cartón” -me imagino que es la misma a la que te refieres- yo soy el segundo por la derecha en la fila de arriba, el más alto. Repasaré la web de Sarnago por si veo al pobre Aurelio en algún lado.
Amigo Abel, ya sabes que en estas cosas no puedo corregirte (bueno en estas y creo que en muy pocas). Aurelio no aparece en ninguna de las fotos, aunque en estos momentos tengo, en mi mente, una foto fija de él envuelto en una manta de cuadros de Enciso y con el cigarro en la comisura de los labios.
El tiempo por Sarnago en estos días poco más o menos que en Valdeavellano. Siento no poder decirte si los zaragatos han comenzado a brotar, puesto que no me he acercado hasta el rio.
La niebla sobre la Serrezuela, que iba y venía, impresionante.
Un saludo
Yo ya sabes que me apunto sin pensarlo dos veces. ¡Me muero de ganas! Y si en esa fiambrera hay algo cocinado por la reina Pilar, os sigo como un corderito hasta el pico más alto, vamos…
Estás apuntada en la lista de la Alcarama. Da por hecho que Pilar, la reina, preparará la fiambrera. El vino lo pongo yo. Un beso.
Qué gusto, cuántos volvemos del pueblo. Nosotros también hemos pasado unos días en “nuestro” pueblo de Liébana. También hubo un funeral. Es triste ver cómo con las personas desaparece también su paisaje. Como otras primaveras, vuelvo a echar de menos algunos árboles frutales que ya no florecen porque se han muerto. También se secan los nogales, tan presentes en el monte cercano a los pueblos. No se sabe por qué. “Será el cambio del clima”, “será que ya no los varean”, “qué se yo”, dicen los de allí.
Lo mismo pasa con los invernales de las majadas, levantados con tanto esfuerzo. Se les hunde el tejado, después se caen los muros, entra la maleza… Y los prados se hacen monte, y qué decir de los caminos que no se “reconvierten” en pistas, también desaparecen entre bardales. En fin, que mueren las personas, pero también se pierde el paisaje que ellos humanizaron.
Dice un amigo de allí de casi ochenta años, unas veces con rabia y otras con resignación: “Na, todo se pierde, todo se hace monte, todo para el oso”. Se siente cercado por la naturaleza, que deshace lo que sus antepasados hicieron: casi a la puerta de casa, el lobo ataca las ovejas, la zorra o la gineta las gallinas, el oso las colmenas y la fruta, los jabalines levantan los prados, los venados descortezan los frutales, los tocios invaden las praderías… No sé si este cambio del paisaje presagia el abandono del pueblo, que va perdiendo personas y árboles de flores blancas o rosas en primavera.
Excelente descripción del abandono, Carlos. La crisis del mundo rural es mucho más grave que la crisis económica. Los pueblos mueren de pie, como los árboles, sin hacer ruido. ¡Qué les importa a los mercados y a los poderes públicos! ¡Qué le importa a la prensa y a la farándula del espectáculo! En este rincón humilde seguiremos entre todos poniendo el grito en el cielo.
Hola, yo vivo en la comarca de Cervera, en el otro lado de la Sierra del Alcarama, y por aquí la despoblación es también pavorosa.El envejecimiento del vecindario y la merma de nuestros pueblos es la “crónica de una muerte anunciada”.Eso sí, las casas están arregladas y los fines de semana vuelven de la capital muchos de los que se fueron.
Se van a poner en marcha dos balnearios en dos localidades y es de esperar que el turismo cree algunas oportunidades.Eso sí, la cultura rural del hombre unido a la tierra ya ha pasado a la historia y para recordar otros tiempos nos quedan los libros de Abel.
Gracias, Luis. Así es. La despoblación de las poblaciones -fíjate qué paradoja- rurales continúa. Es un fenómeno general en nuestra tierra. Ni la crisis, ni el paro en la ciudad, ni las nuevas tecnologías detienen este dramático éxodo. Yo aún no desespero. Confio en que al final se impondrá el sentido común y las autoridades públicas caerán algún día del burro. Sobre todo, pienso en una reacción inteligente de las nuevas generaciones. Es verdad que nada será ya como antes, pero donde hubo un árbol -por ejemplo, un peral de Don Guindo- puede crecer otro. El turismo rural puede ser, sí, un comienzo. Pero lo más importante es que hay una fuerte corriente social de vuelta al pueblo, casi una necesidad.
Yo este año me he perdido mi viaje (o retiro espiritual) a Valdeavellano, y noto que me falta algo. Gracias por describirlo para que pueda vivirlo aunque sea mentalmente.
Es triste que el pueblo solo tenga trasiego en verano y Navidad, pero yo creo que sobrevivirá. En fiestas, se mantienen las tradiciones populares de una forma espectacular, y conviven armónicamente con las costumbres de ahora. Yo pienso en Valdeavellano y sonrío. Y también es un placer ir cuando no hay trasiego, como en Semana Santa, y disfrutar del silencio y de esos sueños reconfortantes bajo las mantas. Y leer, y respirar, y pensar con claridad. Para mí es una inyección de vida.
Por supuesto, cuenta con mi asistencia al picnic sarnagués. ¡Habrá que llevar productos del fantástico huerto del tío de Valdeavellano!
Tu presencia, Sara, en la Alcarama es esencial, insustituible. No olvides que eres la depositaria de mis “Historias de la Alcarama”
¡Pongámosle fecha!
Aún me viene el recuerdo de la riquísima leche de aquellas vacas royas y de la gruesa capa de nata que se formaba en la superficie una vez hervida. Con ella las veteranas del lugar, como la Antonia, preparaban unas riquísimas pastas que llevaban a hornear a la panadería del Pablo.
Con las subvenciones de la Unión Europea desaparecieron la mayoría de las vacas en estos pueblos de El Valle. Se decía que había un excedente de leche, ahora se ha visto que fue un error. Esto hizo también que cambiara la fisonomía de estos pueblos y que se perdiera además la fabricación artesanal de productos derivados de la leche como la mantequilla y el queso. Hoy, habría sido distinto, digo yo, ya que el cuidado del entorno y los productos auténticos de la “tierra” son valores cada vez más en alza.
También podemos quedarnos con lo bueno de hoy y de siempre. Acercarse como cada año a Espejo de Tera, ese precioso y cuidado pueblecito entre montañas, y atravesar su puente romano no tiene nombre… Y subir camino de Cebollera, descubrir esos riachuelos de agua fresca y limpia que baja del deshielo, ¡qué relax!
Sí, es verdad que dejamos atrás una parte del paraiso, quizá por eso volvemos cada año.
Excelente descripción de El Valle, Pilar. Sigo pensando que es, a pesar de la mala política, un paraiso. Y Espejo de Tera, un precioso pueblo que estuvo a punto de morir y revivió. Uno de los espejos en que mirarse.
Me encantaría acompañaros por la Alcarama. Si convocáis y puedo… me paso.
Será estupendo, Javier, contar con tu compañía. No dudo de que esta aventura será una buena experiencia.