LA REVISTA

He recibido “Sarnago”, la revista de la Asociación de Amigos del pueblo. La excelente publicación alcanza ya la octava edición, lo que tiene mérito en los tiempos que corren. Sale en digital y en papel. Con los años ha ido incrementando sus páginas y el número de los colaboradores, hasta componer un relato variopinto, cargado de retazos de vida y de historia. A través de sus más de setenta páginas, ilustradas con valiosas fotografías, algunas entrañables, discurre un río sereno y a veces tumultuoso de erudición, sentimientos y recuerdos. Es una buena forma de mantener viva la memoria del pueblo y, en general, de la desfalleciente cultura rural. Lleva razón el portugués Miguel Torga cuando dice en el prólogo de sus “Cuentos de la montaña” que universal es lo local sin paredes. Siempre lo he creído. Por eso, aun partiendo de lo local, no se le puede negar al conjunto del contenido de esta revista, que un día será fuente de investigación para antropólogos y de inspiración para poetas, una dimensión universal. Lo que ha pasado aquí, en Sarnago y en las Tierras Altas, ha ocurrido también en otros sitios con mínimas diferencias. Con fuertes trazos de colores se dibuja el cuadro, perfectamente reconocible, de la vida y la muerte de un mundo que llegó a florecer con pujanza en estas sierras, estos campos y estos montes. Ya conocen el lema: “Sarnago, tierra de nadie, tierra de todos”.

Ocupa la portada una fotografía estremecedora: ruinas cubiertas de nieve. Es una buena conjunción. Evoca los largos inviernos, estación característica de esta tierra, y la desolación del abandono. La nieve tiene aquí aparente carácter de mortaja; pero sobre la foto figura un lema que es un grito de esperanza: “La nieve conservó las ruinas, el sol traerá la luz”. O sea, el sol regalará la nieve. Siempre ocurre. En el prólogo el presidente de la Asociación, José Mari Carrascosa, hace balance y fija objetivos. Primero, una reseña de aniversarios: se cumplen diez años de la publicación de la revista, treinta y cinco del nacimiento de la Asociación, creo que la primera de las Tierras Altas, y medio siglo exacto, el 7 de diciembre de 1965, del fatídico decreto por el que se declaraba de utilidad pública la expropiación y urgente ocupación de estas tierras y estos montes “a efectos de la repoblación forestal”. Una decisión oficial desafortunada, a la que personalmente, infeliz de mí, me opuse abiertamente, que condujo a la gran despoblación de la comarca. Desde entonces todo ha ido de mal en peor, a pesar de los heróicos nucleos de resistencia como éste de Sarnago. Entre los objetivos de la Asociación para este año figura en primer lugar la restauración de la iglesia, “el edificio más emblemático del pueblo”. Esa va a ser, pues, la gran hacendera que viene. “Vamos a por la iglesia” es el cintillo que figura en la cabecera de las páginas.

Apuntala el compromiso la reproducción en la página 65 del concluyente texto de Carmelo Romero, profesor de Historia en la Universidad de Zaragoza, uno de los descollantes intelectuales sorianos, nacido en Pozalmuro, que tuvo a bien presentar en la Casa de Soria de la capital aragonesa uno de mis libros de la Alcarama. Allí lo conocí de cerca. El fragmento está sacado de su libro “Calladas rebeldías. Efemérides del tio Cigüeño” y no me resisto a reproducirlo aquí en parte, para ilustración y disfrute de todos:

.”¿Qué edificio era el primero en divisarse estuviese uno donde estuviese? La iglesia.
.¿Qué edificio era el más sólido, el más grande y con la piedra mejor tallada? La iglesia.
.¿Qué edificio albergaba todos y cada uno de los grandes acontecimientos de todas las existencias -el nacimiento, la boda, la muerte-? La iglesia.
.¿Dónde todos los varones se quitaban la boina y dónde todas las mujeres se cubrían con velo en señal de respeto y sumisión? En la iglesia.
.¿Dónde todos acudían a pedir amparo y protección cuando se prolongaba la dañina sequía o amenazaban las nubes con devastadora pedregada? A la iglesia.
.¿Quién convocaba a todos cuando los incendios, cuando los trabajos comunitarios, cuando se precisaba buscar a algún coterráneo extraviado en las ventiscas de la sierra, cuando…? Las campanas de la iglesia.

…Aquellas campanas que ora expandían algarabías festivas, ora quejidos de tiempos lentos, ora agonías de muerte. Quien borre la iglesia del pasado no entenderá su historia y quien quite de ella las campanas no entenderá la iglesia. En mis oídos, hace mucho tiempo sin Dios, siguen resonando las campanas como un compendio de todos los sonidos de mi infancia”.

Isabel Goig documenta la fundición de una de las campanas de la iglesia de Sarnago en 1617, un año después de la muerte de Cervantes. Pesó cuatro quintales y costó catorce ducados.

La revista “Sarnago” hace un repaso sosegado a las actividades culturales y hacenderas del último año trascurrido, con especial atención a las fiestas, con las móndidas y el mozo del ramo de protagonistas. Y por sus páginas van discurriendo crónicas de hoy y de la nostalgia, costumbres pasadas, historias y leyendas, desde las ruinas de San Pedro el Viejo a la importancia de las cañadas, de los oficios perdidos como cardar la lana al relato minucioso y realista que hace César Ridruejo -a mí me ha encantado- de las actividades pasadas y el lenguaje vivo de las Tierras Altas. Desde la Asociación de Amigos de Armejún traen a colación “La Epístola de San Pedro Manrique y Los oficios del pastor”. Tales oficios concluyen así:

“Y el octavo por la noche
buena cena nos tendrán:
cuatro sopas bailadoras
y un corrusquillo de pan;
los zurriagos a remojo
para empezar a arrear,
la cazuela boca abajo
y el puchero en el vasar”.

La revista es una mina interminable. Si uno se pone a espigar no acaba nunca. Habrá que volver sobre los pasos, no sin antes recoger ya, de la amplia muestra que se publica, unos versos del gran poeta de la sierra y de la tierra, Fermín Herrero:

“Siempre mirando al cielo, cuando falta
el agua y cuando sobra, con tempero
de siembra y en el tiempo de granazón,
cuando está la cosecha y el solano
por la mañana predice la tormenta
y la tarde se va nublando y para qué
los cirios si el pedrisco. Siempre mirando
al cielo…”