DONDE LA VIEJA CASTILLA SE ACABA
por elcantodelcuco
Me enteré por Isabel Monje del nuevo homenaje en Soria a Avelino Hernández, el escritor de Valdegeña. El motivo fue la reedición de su libro “Donde la vieja Castilla se acaba: Soria”, con prólogo del inevitable Julio Llamazares. El acto estuvo promovido por la Asociación de Amigos del autor, con su viuda, Teresa Ordinas, a la cabeza. A mí no me invitaron esta vez, pero me uno desde aquí a la celebración. Al fin y al cabo, los caminos recorridos por Avelino son mis caminos. Ni Gerardo Diego ni Antonio Machado, tan reconocidos, se aventuraron por ellos. Ni las cigüeñas traspasan el puerto de Oncala. Sólo, aunque de refilón, lo hicieron Bécquer, por las faldas del Moncayo, y Dionisio Ridruejo, que buscó sus orígenes en las tierras de la Mesta. Pero este viaje no me lo pierdo, aunque ya no queden arrieros con los que compartir cháchara y petaca, ni casi pueblos en las Tierras Altas, entre la sierra del Alba y la Alcarama, que es nuestro territorio, el de Avelino y el mío, un “cementerio de pueblos”, como él lo llamó. Ni siquiera queda polvo en los caminos, ni huellas de herraduras, ni pisadas de abarcas. Hay cosas que sólo los nativos podemos sentir y comprender. La Soria provincial lleva camino de rendirse, si se observa su decadencia demográfica año tras año, como último baluarte administrativo de Castilla la Vieja.
No me importa reiterar lo dicho en otras ocasiones solemnes. Avelino Hernández escribió siempre de la vida, o sea, de lo vivido. Según confesó, no quiso dejar firmada otra obra de arte que no fuera su propia vida. Una vida, en gran manera trashumante, como corresponde. Quiero decir que sus escritos están cargados de realidad itinerante. La existencia era, para él, el valor radical e indestructible. Seguramente por eso buscó el último aliento de vida en el mundo rural desfalleciente, de donde procede, como yo, vital y literariamente. En esto fue por delante, abriéndonos camino a los que estamos escribiendo ahora la elegía por la muerte de los pueblos y recogiendo los despojos de una civilización que se acaba entre la indiferencia general. A esto van dedicados mis cuatro libros de la Alcarama y este “Canto del Cuco”, mientras el cuerpo aguante. Él fue por delante con “Una vez había un pueblo”, “Donde la vieja Castilla se acaba”, ahora felizmente reeditado, o “La sierra del alba”, referencia esencial.
Avelino Hernández comprendió pronto que la única forma de vivir y, por tanto, de escribir era siendo libre. Y lo fue. Optó radicalmente, con algunos desgarros interiores, por la libertad, virtud característica del castellano viejo. En esto arriesgó lo suyo, sacrificó hasta arraigados ideales religiosos, y, prácticamente, se jugó la vida. Fue un hombre honrado y valiente. Fue consecuente consigo mismo. Poco a poco amansó la furia sin desprenderse de la característica boina campesina y revolucionaria. Amó a las gentes, sobre todo a las gentes humildes y peculiares, tomó nota de lo que le decían los tipos curiosos que se encontró por el camino y que dieron color a su literatura. Amó la tierra, la Naturaleza, la amistad y, como la ola mansa que llega a la orilla en su refugio de Mallorca, amó el sosiego y el disfrute de los placeres sencillos de la vida. Y siempre tuvo una mirada compasiva y una mano tendida hacia los que sufren y hacia los que luchan.
Por todo lo cual me uno desde aquí a este nuevo homenaje al escritor de Valdegeña, pueblo a la sombra del Madero, a cuatro o cinco leguas de Sarnago. Avelino tiene el mérito de que él fue el que inició la resistencia. Ahora, le hemos seguido otras voces. De las duras estribaciones de la sierra de Oncala ha salido, sin ir más lejos, un gran poeta del pueblo y de la tierra. Vale la pena resaltarlo. Su nombre es Fermín Herrero, presentado ya aquí en otras ocasiones. Es curioso que en aquel “cementerio de pueblos”, donde Castilla pierde su nombre, puedan florecer las letras con tanta exhuberancia. Habrá que interpretarlo como una respuesta serena, pero firme, a tanto desatino, tanto abandono y tanto sufrimiento. A Avelino Hernández y a todos los de esta generación que seguimos su rastro entre los trigos, se nos ha pasado, seguro, por la cabeza más de una vez lo de Valle Inclán en “La lámpara maravillosa”: “Amé la soledad y, como los pájaros, canté sólo para mí. El antiguo dolor de que ninguno me escuchaba se me hizo contento. Pensé que estando solo podía ser mi voz más armoniosa, y fui a un tiempo árbol antiguo, y rama verde, y pájaro cantor”. ¡Aunque fuera el cuco!
Gracias.
De nada. Encantado
No conozco a Avelino ni su obra, pero intuyo que se lo merece. Hay que seguir luchando por esas tierras de Soria como sea. Quedan pocos pueblos y poca gente en ellos, pero algo que ha tenido tanta vida y tanta fama no puede morir así de un plumazo. Al menos que se escriba sobre ella, como haces tú.
Lo que pasa es que a veces uno tiene la sensación de que es como escribir en el agua.
Excelente y sentida entrada, que he leído cuando acababa de enterarme de que la Dirección Provincial de Educación de Palencia anda buscando la matriculación de un alumno más en el Colegio Público de San Salvador de Cantamuda, cabeza del Ayuntamiento de la Pernía, mi tierruca de la montaña palentina, para alcanzar el número de cuatro alumnos y no tener que cerrar el colegio. Esto pinta muy feo.
Hoy he comenzado la lectura del libro de Manuel Astur y de dos arreones me he plantado en la segunda parte. No te comento nada hoy, hasta terminarlo. La impresión es inmejorable. Hasta ahora no veo una conexión clara entre lo que se describe y el espíritu e intención de El canto del cuco. En cambio, creo que entra de lleno en tu temática una obra del presentador de “Seré un anciano hermoso en un gran país, Sergio del Molino, “La España vacía”, que me presuraré a adquirir. Te mando un enlace con la entrevista que sobre la obra se le hace al autor: https://youtu.be/ZE9A76f53sU .
Te lo agradezco. Pero sí, llevas razón, esto pinta feo, y parece que es como predicar en el desierto. ¡Una gran frustración!
Celebremos el homenaje a Avelino, Y no dejemos de luchar nunca por esas tierras de Soria, y como esas tantas otras que parecen querer sucumbir a los tiempo actuales.
Sí, Javier, seguiremos luchando. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Hay que resistir.
Conocí a Avelino y coincidí con él en un par de ocasiones. Me lo presentó un primo mío, Nicolás Gonzalo Pascual, que era de Valdegeña, del mismo pueblo que Avelino y recuerdo que entre los temas tratados no podía faltar es de “nuestra Soria” y pasión y empuje fueron los dos elementos que recuerdo caracterizaban sus intervenciones. Volví a verlo tiempo después con ocasión de una feria del libro donde me lo encontré firmando libros en una caseta y todavía conservo en casa su libro “Silvestrito” que le compramos a mi hijo pequeño con una dedicatoria suya “Para Ramón, que vino a la feria del Libro y me recordó a su primo Nicolás”. Pasado un tiempo en una de las ocasiones en que mi padre, ya mayor, cuando le tocara el turno en mi casa, hacia los 90, (cuando los viejos iban de casa en casa de los hijos por temporadas) un libro de Avelino me vino de perlas para regalarle algo en su cumpleaños. El libro era “Soria, donde la vieja Castilla se acaba”. Se lo leyó y le gustó, me decía, porque le sonaba todo a conocido. El libro se quedaba en casa, y ahí está, cuando mi padre salía hacia la casa de otros hermanos, pero en la seis u ocho ocasiones que volvió una de las primeras cosas que me pedía era el libro de Soría… ese que escribió el de Valdegeña.
Un buen testimonio y una emocionante historia la de tu padre. El re-conocimiento del tiempo que se fue.
Muchas gracias Aurelio por tus comentarios, pues los tres :Avelino, tu padre y mi hermano eran unos buenos y grandes intelectuales ya que nos han dejado muy buenos recuerdos de nuestra querida Soria y sobre todo de nuestros queridos pueblos.
Estuve en la presentación de la reedicción del libro de Avelino donde, además de los que mencionas, estuvo también Ignacio Sanz.
Te eché en falta, por la coincidencia de sentimientos, de zona de procedencia, y porque a ambos os tengo en el concepto de hombres, en el buen sentido de la palabra, buenos.
El acto, arropado por familiares y amigos de Avelino, amén de algunos políticos de turno y de otra gente que escribe de Soria, resultó entrañable.
A mi el título del libro me produce una cierta tristeza. No había leído la primera edición y ésta segunda la leí en dos ratos y poco. Me gusta ese viaje que invita al lector (está narrado en segunda persona) a visitar parajes conocidos y olvidados, amables e inhóspitos, que hace escuchar las sentencias de los lugareños que en dos palabras dicen un mundo, o dejan con la incertidumbre de qué habrán querido decir, o la sonrisa del doble sentido. Un recorrido por la provincia camino a camino, risco a risco, olvido a olvido.
Castilla la Vieja, la vieja Castilla, se acabó hace mucho. Pero aquí, en esta provincia esquinada y olvidada, se acaba un poco mas cada día que muere un anciano, que emigra otro que se ha quedado solo a casa de algún hijo que vive lejos, que deja de nacer un niño, que cierran una nueva escuela, que se derrumba un tejado de un pueblo deshabitado.
Así es, Isabel, así es.
Para mí, una de las historias más conmovedoras y emotivas contadas por Avelino está en el capítulo “El Vallejo” de su libro “La Sierra del Alba”. Se refiere a la maestra de este pueblo de la Sierra Norte de Soria, hoy abandonado. Voy a resumirla entresacando literalmente algunos párrafos:
“Nadie vive en El Vallejo. Todos se fueron. Sembrados a voleo por esos mundos de Dios…En otro tiempo, El Vallejo había tenido dos escuelas: la de los niños y la de las niñas. Pero ahora ya sólo tenía una: la de doña María…
Doña María llevaba muchos años de maestra en aquel pueblo. Era muy buena. La gente la quería mucho. Era como de allí. Doña María había enseñado a leer, a escribir y las cuentas a todas las niñas. Y cuando aquel año, en septiembre, ya no vino más el señor maestro, doña María se tuvo que encargar también de enseñarles a los niños…Proseguían yéndose más familias y más niñas y más niños. Y a doña María le daba mucha pena…Un día se le ocurrió una cosa: cada vez que se le fuera de la escuela otro niño plantaría en una maceta un geranio. Y si se iba una niña, plantaría una buganvilla. – Así me acordaré siempre de ellos – decía. La escuela estaba ya casi vacía. Pero las ventanas y los pupitres y la mesa y el suelo estaban llenos de geranios verdes y blancos, y de buganvillas verdes y moradas. Un día ya no quedaron más niños en el pueblo. Y hubo que cerrar la escuela…Para entonces, en El Vallejo vivían ya solo unos pocos hombres. Y eran todos mayores. Y algunos ya viejos. Pero se juntaron todos y fueron a ver al alcalde y le dijeron: -Aunque se haya cerrado la escuela, queremos que doña María no se vaya y se quede entre nosotros. Porque es como una más del pueblo-. Ella se lo agradeció mucho y lloró. Y como era mayor, dijo que donde iba a ir ya. Así que se quedó. Y desde aquel día todas las mañanas, como lo había hecho durante tantos años, a las diez abría la escuela, que ahora estaba llena de geranios y de buganvillas. Los cuidaba a todos. Los regaba. Ponía tierra mejor en las macetas de los que habían crecido menos. Cuando salía el sol, los sacaba a la ventana. Cuando hacía frío, tapaba con papeles las rendijas por donde podía entrarles el aire…Y así a todos. Uno a uno. Todas las mañanas. Igual que antes hacía con los niños…Aquel invierno hizo mucho frío. Pero doña María siguió yendo cada mañana a la escuela…Aquella tarde el frío era más fuerte que nunca…
Por la noche empezó a arreciar la helada. Doña María no pudo resistir más. Cogió un chal y un mantón y con una linterna se fue hasta la escuela. Por la mañana, cuando la encontraron, había juntado entorno a sí todos los geranios y las buganvillas. Los había arropado con el chal y el mantón y se había reclinado junto a ellos como queriendo defenderlos de la helada y darles calor. ¡Se había muerto de frío! Doña María.
Un bonito relato, sí señor. El Vallejo era una aldea que pertenecía al ayuntamiento de Sarnago. Cien veces he recorrido sus calles. Ahora está deshabitada. Yo me sé otra historia triste del final de la guerra, ocurrida allí. La protagonista es también una maestra. La maestra de la que hablo no era, por lo visto, adicta al régimen, por lo que un día los gerifaltes que llegaron de la capital la condujeron al centro de la plaza y allí, en presencia de todo el pueblo, le cortaron el pelo y la obligaron a beber un frasco de aceite de ricino. Tremenda historia que me impresionó de niño cuando la contaban en la cocina, casi en voz baja.
Hagámosle caso a José Hierro que nos enseña cómo al final “después de todo, nada”. Pero mientras tanto juguemos cuanto podamos al todo. Un abrazo muy fuerte, con el Moncayo al fondo, aunque sea en diferente cara. La Atalaya Resiste. 02.05.2003 (23:20)
… y ahora, te provoco a que, a cambio de la siguiente digresión, me mandes tú otra…
…nunca es suave la tramuntana. Se trata de un viento siempre fuerte, persistente, hosco y duro. Puede durar un día entero pero si dura más nunca baja de tres. Y su azote y sobre todo su aullido acaba adentrándosete en el ánimo hasta el extremo de variar el comportamiento de las personas, especialmente las más débiles -ancianos, enfermos-…
..el rayo desgarró la piedra levantando mariposas azules de la hierba: el lagarto con su tristeza antigua husmea el aire desde el fondo de la hura: percibe la luz del relámpago y el olor de la sangre menstrual: le gusta penetrar en los sayales blancos..
….el ímpetu de la tramuntana se extiende más allá de la isla, al estrecho entre Mallorca y Menorca, haciendo muy peligrosa la navegación en él ante su presencia. Pero en Menorca no tienen una Sierra de la Tramuntana que les preserve. Y es voz común, por ello, que es isla hermosa y apacible pero de gentes algo sonadas y donde son frecuentes los casos de suicidios y de habitantes de vida normal que, inexplicablemente, un día “salen locos” (que diríamos en nuestra tierra)…
..los pájaros rebullen en la enramada y los tordos silban al atardecer en los aleros: estrépito de balidos y esquilas: clavos acerados de las carlancas en el cuello de los perros: a lo lejos se oye el canto de la perdiz esquiva: los copos flotan en un silencio de lana: la garduña sorbe la sangre caliente de un conejo: cae la nieve y se borran los caminos: de los tejados cuelgan carámbanos: se elevan cipreses de humo sobre las chimeneas.. hay que abrir sendas para llegar a los apriscos: rodales en el suelo..
….por ello, la media docena de familias del viejo régimen, que han dominado la isla hasta casi nuestros días, poseían en sus mansiones unas habitaciones apartadas de uso exclusivo “para cuando el viento”. Se trata de habitaciones especialmente preparadas para poder vivir toda la familia y la servidumbre al resguardo del furor y sobre todo del aullido de la tramuntana…
..la urraca profana los ojos de los muertos: un enjambre de abejas hizo panal entre los huesos resecos: no es tiempo de acequias húmedas y avispas en los racimos: sin embargo sobre un lecho de cardos dos culebras copulan: arrebol de nubes violeta y cárdeno: pasar el invierno haciendo carbón en los barrancos: las piedras no albergan refugio miradas desde el cielo: reciben la luz del último sol: seis navajas de empuñadura labrada y hoja agria: aquí no hay paraísos donde mane leche y miel: a menudo tan solo el zarpazo de la garra de la muerte..
Nos mantuvieron vivos aquellas nieves y aquel sol del invierno a los pies del Moncayo. La atalaya resistió dos meses más a los golpes del viento (Avelino Hernández en la memoria).
Nota:
Poema-collage-correspondencia en los últimos meses de su vida
Este poema homenaje a Avelino Hernandez pertenece a un poemario inédito.
Gracias, Luis María, por el regalo de este hermoso poema. Prefiero no emborronarlo con mis ocurrencias, aunque se me ocurren algunas.
Yo no creo que sea predicar en el desierto, porque de un tiempo a esta parte observo en la gente que conozco mucha mayor concienciación con el tema del despoblamiento rural que hace algunos años…