EL PASO DEL FUEGO

Cuando cae la tarde y se acerca la noche de San Juan, una fuerza interior me traslada, quiera o no quiera, a las Tierras Altas de la Alcarama. Entre los imborrables recuerdos de la infancia figuran dentro de mí, de forma destacada, tanto como la emoción de la primera nevada, la contemplación del paso del fuego en San Pedro Manrique y las leyendas que contaban en casa esta noche poblada de misterios. Veo los troncos humeantes de la hoguera y a los encargados de preparar el pasillo de fuego moviendo sus largos horguneros. Escucho la alegre charanga y observo saltando a la bulliciosa juventud que sube por la calle hasta la plazuela de la ermita, donde tendrá lugar el acontecimiento a medianoche. Será entonces cuando los más valientes, entre los que suele figurar alguna mujer, pasarán la alfombra de brasas con los pies descalzos, cumpliendo una antigua tradición. Es un rito que se repite año tras año sin perder interés, aunque, convertido cada vez más, haciendo honor a los nuevos tiempos, en un espectáculo turístico y pagano.

Y aquí detengo el relato. Soy consciente de que he contado ya esta historia infinidad de veces de muy distintas maneras. Incluso arranco con ella las “Leyendas de la Alcarama”. (Me imagino ahora a mis personajes, Esteban y Gabriela, ella vestida de móndida, entre el humo de la hoguera. ¿Qué habrá sido de ellos?). Ha llegado el momento de pararse y reflexionar. La noche del solsticio de verano, en la que se encienden las hogueras y se realiza la purificación por el fuego, es una buena ocasión. Es verdad que el cuco canta siempre la misma cantinela y a nadie le parece mal. Los cuentos se repiten y las repeticiones agradan a los niños. El chatarrero que llega a la urbanización todos los fines de semana se anuncia siempre por el altavoz con las mismas palabras. Lo mismo hace el tapicero y el afilador. Se repiten la fuente y el río: siempre la misma canción, pero con distinta agua. Se repite el ciclo de las estaciones y las oraciones que aprendimos, la música que oímos, los saludos rutinarios y las expresiones amorosas. Puede decirse que la vida es una repetición de momentos, de palabras y de paisajes. Entonces ¿a qué viene este titubeo? A ver si me explico.

Llevo más de cinco años con “El canto del cuco”. Esta es la entrada 251 del blog, con 4.672 comentarios. En todo este tiempo me he esforzado por ser fiel a mi propósito de recoger las despojos de la cultura rural, que se acaba. He defendido los valores de la vida en los pueblos. He denunciado el abandono y la injusticia. He recorrido el ciclo de las estaciones. He contado lo que va de ayer a hoy. He presentado una galería humana de entrañables personajes: los últimos vecinos. He dibujado con la mayor fidelidad posible el escenario físico y humano de las Tierras Altas de Soria, -mi escenario vital y literario-, que se han convertido por desgracia del destino en el mayor desierto demográfico. Y, en fin, he procurado estrujar la memoria de mi infancia, casi hasta el agotamiento. Me parece que es el momento de hacer un alto en el camino, descansar, echar un trago y buscar la mejor ruta para no perderme, para no perdernos. El caso es que no voy solo. Miles de personas siguen este blog, según los datos que puntualmente me llegan. Son de España y de medio mundo. Sin este acompañamiento coral, “El canto del cuco” no tendría sentido. Voy a ser claro como el agua clara del manantial: necesito saber de los que me acompañan si empiezan a aburrirse de este paisaje áspero y monótono, que se repite y se repite y por el que caminamos . O, dicho de otra manera, si se cansan de mis relatos rurales y de los cristales rotos de la memoria. Espero sus sugerencias antes de continuar el camino.

Personalmente creo que queda terreno por explorar. Incluso me he animado leyendo “El suplicio de las moscas” de Elías Canetti. Dice que “el que ha aprendido bastante no ha aprendido nada”. Y, sobre todo, hace la siguiente observación, que me estimula: “Jamás llegará a ser un pensador, se repite demasiado poco”. Puede que no haya más remedio que repetirse y machacar la reja ardiente sobre el yunque, como en las viejas fraguas. Otra vez el fuego en la noche de San Juan. En realidad, este es mi paso del fuego particular.