EL PARQUE EÓLICO

Algunos campesinos de las tierras pobres se frotan las manos. Si plantan un aerogenerador en su pegujal improductivo le rentará unas “perras” al año sin comerlo ni beberlo. Es comprensible su disposición favorable a los parques eólicos en los campos de su pueblo y su inquina contra los que pretenden estropearle el negocio. Además nadie niega que las energías alternativas están bien para frenar el deterioro ambiental. Eso dicen con razón, aunque no pueden ocultarse ciertos inconvenientes, que no se miden con dinero. Lo cierto es que los mastodónticos molinos -que no muelen nada-  y las placas solares son un buen negocio para los más espabilados, que planean invadir  con ellos las tierras y montes de la sacrificada comarcas de las Tierras Altas de Soria sin apenas resistencia, después de haber quedado los pueblos sin nadie o con cuatro vecinos. Me temo que esta operación de gran envergadura, como ocurrió con la repoblación forestal en tiempos de Franco, no dará pan para hoy y garantiza hambre y despoblación para mañana.

El asunto es importante, con sus pros y sus contras, y merece una reflexión y un debate a fondo. Reproduzco para abrir boca lo que acabo de escribir en el periódico.

Nada más coronar el puerto de Oncala se distingue al fondo Sarnago, en el costero, al pie de la Alcarama. El sol de la tarde ilumina la mampostería de las casas. Se echa en falta, arriba en el centro, la torre de la iglesia, seña de identidad del caserío desde siempre, que se perdió con el derrumbamiento. La vuelta al pueblo es siempre un regreso a la infancia. Supone un choque interior y un reencuentro sentimental con uno mismo y con la sombra de las  ausencias. Es natural que uno se agarre a lo reconocible: el camino, mil veces recorrido, por el que avanza el coche levantando una nube de polvo, los rastrojos calcinados del final del verano, las ruinas de San Pedro el Viejo, las lomas y laderas, el bando de cardelinas en los cardos, donde había una fuente y una junquera, que las máquinas se llevaron por delante; las paredes de losas desportilladas en los orillos de las piezas, con bizcobos y escaramujos;  el cerro del Castillo, las ribaceras de la Solana con oscuras aulagas sin flor y tomazas con botones amarillos; los barrancos que cruzan los cabezos pelados, los corrales hundidos de la Cruz de la Villa y, en la última vuelta del camino, la  aparición repentina del pueblo con una cenefa de verdor envolviendo las casas y las ruinas…Todo te devuelve a la infancia perdida.

A las novedades que han desfigurado el antiguo  paisaje -la caída de la iglesia, la repoblación forestal  de pinos  que acarreó la despoblación humana de la comarca, los destrozos de la concentración parcelaria, que alteró el ecosistema…-, se añade ahora una amenaza que puede ser definitiva. Hay un gigantesco proyecto de parques eólicos que se van a enseñorear, sin resistencia, de las sierras y los montes de las Tierras Altas de Soria, último vestigio de Naturaleza pura, aprovechando que los pueblos están vacíos o semidespoblados. Ya vuelan los buitres. Toda la mítica sierra de la Alcarama -el monte sagrado de los iberos, según Plinio, la montaña de mis sueños y mis relatos- va a ser ocupada por gigantescos aerogeneradores metálicos, que contribuirán seguramente  al progreso, al negocio de unos cuantos y a la ruina definitiva de esta sacrificada  comarca, la más despoblada de Europa, que un día fue el  corazón de la Mesta. No es fácil explicar lo que ocurre dentro de uno cuando le destruyen el paisaje de su infancia.