CARTA DE FAMILIA
Me habría gustado estar el sábado, día 21, víspera de la fiesta de la Trinidad, en Sarnago, sentado a la mesa de la cena de socios. Pero no pudo ser. Entre otras razones de peso, porque poco más o menos a la misma hora estaba viniendo al mundo Alba, que hace en el escalafón de mis nietos la número siete, un número bíblico como se sabe. Confío en que, cuando pasen veinte años, Alba sea moza de la móndida, con Roque, mi nieto, de mozo del ramo. Será la prueba de que el pueblo sigue vivo y de que se mantiene la tradición. Por lo pronto, este año ha vuelto a apuntarse a móndida con gran empeño Sara, mi hija pequeña, la de las “Historias de la Alcarama”. Eso reconforta. Quiero decir que hay que apostar, sin nostalgia enfermiza, por el futuro del pueblo, por la recuperación de los pueblos, aunque los que estamos ahora empujando el carro nos hayamos ido. Seguirán nuestros hijos y nuestros nietos. No hay que perder la fe en nosotros mismos. Hoy es siempre todavía. Y sigo con Machado: “Cuando penséis en España -escribió- no olvidéis ni su historia ni su tradición; pero no creáis que la esencia española os la puede revelar el pasado (…) Un pueblo es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana”. Pues eso. Donde dice España poned Sarnago.
Como ésta pretende ser una carta de familia, un desahogo de intimidades, debo confesar que de vez en cuando me asaltan en los últimos tiempos serias dudas sobre si debo seguir con “El canto del cuco” tal como ahora, dedicado al mundo rural en trance de desaparecer. Llevo ya varios años recogiendo las granzas y demás despojos de esta cultura que impregnó mi vida. Y estoy un poco cansado de agacharme. Soy consciente de que soy uno de los últimos supervivientes de una generación-bisagra entre un mundo que se acaba y otro que llega. Eso me ha obligado a no guardar silencio y ejercer de testigo. Me esfuerzo en esto lo que puedo. He puesto de relieve este contraste, semana tras semana, y he tratado de salvar los valiosos despojos del pasado. No oculto que con una cierta añoranza. Sarnago y la comarca de las Tierras Altas de la Alcarama han sido, como sabéis, el escenario principal de los relatos, pero sin muros, o sea, con aspiración de universalidad. De hecho compruebo que cada día estos relatos encuentran más lectores en medio mundo, especialmente en América y en Europa, y hasta en los lugares más lejanos e insospechados. Ya van más de ciento cinco mil visitas. Pero no quiero ser cansino. Lo último que deseo es que alguien se acerque por curiosidad a este blog y diga: “¡Uf, qué cargante es este tío con la matraca del pueblo y de sus recuerdos!” Así que sigo dándole vueltas al mondongo. Y me siento obligado a compartir con los seguidores habituales estos titubeos.
Cuando estoy a punto de rendirme, me llega la invitación para la cena de socios en la víspera de la fiesta. Anuncia nuevos planes, además, de la modernización y puesta al día de la página web, y me reanimo. ¡Quién sabe! El relevo del obispo -pienso- a lo mejor favorece la reconstrucción de la iglesia. En todo caso, seguirán las hacenderas. Y vuelvo a soñar. Vuelvo a acudir a la dehesa en cuadrilla a cortar la copa de arce. Veo por la mañana el ramo adornado con cintas de colores, roscas y rosas, alzado en la procesión por el mozo del ramo seguido de las airosas móndidas. Escucho el violín y la guitarra de “Los Patos” de Cornago. Subo a la torre a voltear las campanas. Chillan los ocetes en desbandada. Retoza la dula en el ejido. Suben los verdes trigales alrededor del pueblo, cantan las alondras sobre las esparcetas y florecen los ribazos con cien colores. Bailo en la plaza por la tarde después de cantar la Salve en la iglesia. Y me uno al corro: “En este pueblo todos cantamos/ todos bailamos/ y así entonamos/ esta canción/ rin, ron”. Veo a la gente alegre y aseada. Siento el olor de los rosquillos. Corre el anís y el vino. Un día es un día. Hoy toca tirar la casa por la ventana.
Es decir, parece que no tengo remedio. Por iniciativa de mis hijos, antes de un mes iremos toda la familia -chicos y grandes, incluida la pequeña Alba- a Sarnago y subiremos a la Alcarama con vino y fiambrera. ¿Hay quien se apunta? Después Dios dirá. Como dice Virgilio, el gran poeta del campo, “tus nietos recogerán los frutos” (carpent tua poma nepotes) y “Dios nos regaló estos descansos” (Deus haec otia fecit). Provisionalmente, la vida sigue. Es lo que quería deciros.