El canto del cuco

Cuaderno gris de Abel Hernández

Mes: enero, 2022

EL INVIERNO DE LOS PÁJAROS

Ya habrán regresado las cigüeñas a los campanarios de Castilla. Son más fieles que los humanos. De un tiempo a esta parte la mayoría de ellas ni siquiera cruzan el Estrecho. Muchas bajan, con los primeros fríos, de los páramos del Norte a  las dehesas extremeñas o andaluzas, donde antes  careaban en invierno los nutridos rebaños trashumantes de los merineros de la Sierra. Y allí se quedan, como las grullas. No sé si este comportamiento de las aves de paso tiene que ver con el calentamiento global. El caso es que cada vez se debilita más, hasta casi diluirse, el ritmo marcado por las estaciones, lo mismo que la fruta del tiempo en la frutería del supermercado.  Desde luego, las cigüeñas no esperan a San Blas, como tenían convenido desde antiguo,  para plantarse de nuevo, como una graciosa o inquietante interrogación, sobre las espadañas de las iglesias vacías.

También yo he vuelto hace unos días a Soria. Uno vuelve siempre, aunque sea de paso, a la patria de su infancia. Era un día helador, que, gracias a la mascarilla, no cortaba el aliento; pero el frío se metía en los huesos. En la Cebollera y en los puertos de Oncala y de Piqueras se veían girones de nubes arrastradas por el viento. Se adivinaban los algarazos. “Amarguras”, los llamaba mi madre. Era viernes. Aprovechando el solecillo de mediodía las gentes tomaban el aperitivo en la plaza de Herradores y en los bordes de El Collado. Entre las mesas picoteaban los gorriones, cuya población está reduciéndose allí tanto como la de sus vecinos,  los seres humanos. En la entrada de la  Dehesa he visto un gorrión muerto, puede que de frío.

 Me he acordado, mientras me acercaba entre seres embozados a la librería Las Heras a preguntar por mi libro de la Alcarama que ha reeditado Pepitas, de  aquellos días crudos de invierno en el pueblo, con la nieve cubriendo las calles, los tejados y los campos. Las urracas y los gorriones buscaban refugio en los corrales del Horcajuelo para pernoctar, y nosotros acudíamos, con increíble crueldad, en plena noche, con un farol en la mano,  a sorprenderlos  en su cobijo nocturno y cazarlos salvajemente. No era menos salvaje la espera a traición, bajo la ventisca, con la escopeta en la mano , de las cándidas malvices que acudían al anochecer  a dormir en la espesura del espinar de la dehesa. Entonces no veíamos maldad en estas  despiadadas acciones. “Ave que vuela, a la cazuela”, era la norma en una sociedad de subsistencia.

Hoy lo primero que hago cuando me levanto es dar de comer a los pájaros. Sigue siendo para mí un misterio por qué cantan al amanecer.  Les pongo pan en el porche de mi pequeño jardín y acuden los gorriones, los mirlos, la pareja de tórtolas turcas -las del  lúgubre canto-, las torcaces, también emparejadas, y alguna urraca suelta, que asusta a la concurrencia. Hace tiempo que no veo al petirrojo, que era ya como de la familia.  Leo hoy en el periódico lo que dice la naturalista, experta en aves, Jennifer Ackerman: “Una de cada ocho especies de aves está en peligro de extinción por el cambio climático y la pérdida de hábitats”. En las Tierras Altas de Soria, de donde vengo, también contribuye a este desastre, la proliferación salvaje de parques eólicos y fotovoltaicos, con lineas de alta tensión que invadirán el aire de los campos y poblados. El invierno de los pájaros y de los insectos será el invierno de la Tierra.  

CELTIBERIA, UN PAÍS IMAGINADO

Les presento aquí la “Guía turística de la Celtiberia”. Se ocupa de un país imaginado. Así lo llaman. Pero se trata de un país fundamental y nada  imaginario. Es, en mi opinión, un gran descubrimiento. Nos adentramos, en realidad, en un país mítico asentado en torno a la cordillera Ibérica, columna vertebral de España, convertida hoy en escenario ruinoso de la despoblación. Coincidiendo por azar con  que la vieja Castilla entraba en campaña electoral, se presentó en Madrid esta Guía, que es mucho más que una guía turística al uso. Es un tomo bien documentado y abundantemente ilustrado. Me parece, en cierto modo, un espléndido complemento actualizado de la monumental “Castilla la Vieja” de Dionisio Ridruejo.

Pasaron los tiempos del carandelliano “Celtiberia Show”, que tanto nos divirtió en su día, en el que Luis Carandell, con el que compartí muchas horas en el periódico, repasaba con humor la España de los 60-70. Esto va en serio. Es una revelación para el lector desprevenido, un descubrimiento deslumbrante del país que llevó el peso principal de la Historia de España. Esta legendaria tierra fronteriza, crisol de culturas, donde se fraguó el idioma común y que fue más adelante  clave  para la vertebración nacional, se ha convertido, con el andar del tiempo y el abandono de los poderes públicos, en el territorio más despoblado de Europa con seis habitantes por kilómetro cuadrado. Si sienten curiosidad, ahí encontrarán  bien dibujado el corazón de la “España vaciada”. Celtiberia y despoblación se han convertido en sinónimos, lo que da mucho que pensar.

Un amplio número de especialistas, bajo la dirección y coordinación del profesor soriano, Javier Hernández Ruiz, originario de las Tierras Altas y afincado en Aragón, se ocupan de desentrañar, en ocho apartados, todos los secretos de esta tierra mágica, “estas sierras, alcarrias, páramos, valles, depresiones y gargantas”, tan a la mano y tan desconocidas, donde el viajero advertido se topará, a poco que se esfuerce,  con restos celtibéricos. (¡Cómo olvidarme del cerro del Castillo en Sarnago, que ha resultado ser un castillejo celtibérico!)  El país que se dibuja en la Guía se extiende por ocho provincias -en algunas, una parte ellas- que pertenecen a cuatro comunidades: las dos Castillas, La Rioja y Aragón, con el Moncayo como faro y referencia, y Soria en el epicentro.  Es el único lugar de Europa en el que se cruzaron las cuatro culturas que la han conformado: la celta y las tres del Libro: judíos, moros y cristianos. Refugio de la mística, solar, como queda dicho, del balbuceo de la literatura castellana, paraíso del mudéjar, encanto del románico rural, cuna de la Mesta, exhibición de castillos, fortalezas, murallas, catedrales, monasterios y casas solariegas, espacios naturales aún vírgenes con los mejores sabinares del mundo, encinares y páramos cantados por los poetas…En el libro no queda piedra por mover ni canto por escuchar.

Con la Celtiberia empezó todo. Por la Celtiberia, el país imaginado, bien contorneado en esta singular Guía, debería empezar la tarea de las autoridades públicas para poner remedio, si es que aún es posible, al escandaloso desequilibrio entre Comunidades, el problema de la despoblación y el drama de la “España vaciada”. Ahí está el mapa de las necesidades acuciantes  y el espejo de tan largo desafuero. Se trata de volver a poner en marcha el cansado corazón de España.

HISTORIAS DE LA ALCARAMA

Con el nuevo año reanudo las entradas de “El canto del cuco”. Entre mis propósitos o mis sueños está el de mantener el blog con regularidad ahora que el mundo rural está en el candelero. A ver si lo consigo. La ocasión para reanudar la comunicación no puede ser más estimulante. Está en la imprenta, a punto de volver a salir a la luz, “Historias de la Alcarama”, mi primer libro de relatos, reeditado por “Pepitas de calabaza”, una prestigiosa editorial. Estaba agotado después de varias ediciones y no había manera de encontrarlo ya en ningún sitio. Constantemente recibía yo llamadas de lectores que andaban buscándolo. He querido que sean los seguidores de estos relatos míos los primeros en enterarse. Supongo que se alegrarán de la noticia. Con unas leves correcciones, un lavado de cara y un aspecto más alegre estará dentro de unos días en las librerías. Ofrezco aquí, en rigurosa primicia, el prólogo que lo encabeza, en el que se explica todo.

Ahí tienes, lector, “Historias de la Alcarama” como vino al mundo en 2008, lo mismo que una rosa mojada por la lluvia, sin cambiar nada por dentro, pero con nuevo ropaje para estos tiempos que corren. El libro, agotadas las existencias en Gadir, parecía destinado a sobrevivir de mala manera, buscado inútilmente por almas curiosas o cándidas o cubierto de polvo  en un rincón de la biblioteca familiar, hasta perderse en el olvido.  Pero ha ocurrido el machadiano milagro de la primavera, que sobreviene, como se sabe, a los árboles y de vez en cuando a los libros. “Pepitas de calabaza”, la reconocida editorial de Julián Lacalle, ha tenido el gusto o el valor de reeditarlo.

“Historias de la Alcarama” es mi primera incursión en el campo de la creación literaria propiamente tal. Siguieron “El caballo de cartón”, premio de la crítica, y “Leyendas de la Alcarama”.  Es un libro cargado de sentimiento y, hasta donde es lícito presumir, de autenticidad. El centro del relato es Sarnago, el pueblo donde nací, en las Tierras Altas de Soria, lindando con La Rioja, convertidas en un cementerio de pueblos y en un desierto demográfico. El problema de la despoblación aparece aquí en toda su crudeza antes de que, años después, fuera poniéndose de moda y aprovechada por vividores y oportunistas. Es la crónica de un tiempo y una forma de vida que no volverán. Se recogen en sus páginas los despojos de esa cultura rural milenaria que desaparece. Desfilan por el libro los personajes más peculiares y variopintos de una época y un lugar desconocidos para la mayoría.

Aunque el relato se desarrolla en un escenario determinado, he procurado que trascendiera los localismos. Me ha servido de orientación  la idea de Miguel Torga, que aparece en el frontispicio de la obra: “Universal es lo local sin paredes”. De hecho, la acogida al libro ha sido abrumadora y dispersa. Gentes de toda condición y de los más distintos lugares y pelajes se sintieron concernidas. Me costa que más de un anciano reanudó con “Historias de la Alcarama” la lectura de un libro, que no había vuelto a ver ni por el forro desde la escuela. No faltó el caso del hombre, con un pie en el estribo, cuyo mayor consuelo antes de morir  fue que le leyeran al caer la tarde un capítulo tras otro de este libro. Y me sé de más de uno que, tras leer estas historias, emprendió el camino y se presentó en Sarnago para conocer de cerca el escenario. El sentimiento no disimulado  y el amor a la tierra que recorren la obra contagian, según parece,  al lector, que llega a emocionarse. Con eso el autor se da por bien pagado, más que por ser finalista del premio de la crítica en Castilla y León.

El libro está concebido como una serie de cartas a Sara, mi hija pequeña, a la que le cuento de dónde venimos y lo que va de ayer a hoy. La obra bien pudo llamarse “Cartas a Sara”. En realidad salió a la luz gracias al impulso de la familia. En las sobremesas me empujaban todos a que pusiera por escrito lo que les contaba de mi pueblo y de mi infancia. Les parecían relatos fantásticos que a la fuerza tenían que excitar la curiosidad del lector de hoy. Llegaron a regalarme, por Reyes y cumpleaños, cuadernos tentadores para que fuera tomando notas y libros de narradores de peso, que estaban en sintonía, según decían, con mis historias. Y así fui leyendo, entre otros, los “Cuentos de la montaña” de Miguel Torga, “La lluvia amarilla” de Julio Llamazares, “Cristo se detuvo en Éboli” de Carlo Levi o “Estambul” de Orhan Pamuk, y de todos recibí inspiración y estímulo.

Desde la primera edición de “Historias de la Alcarama” hasta hoy han ocurrido algunas cosas en Sarnago: ha subido el pinar, han arreglado el camino de San Pedro, sigue derrumbada la iglesia, han traído el agua a las casas, hay wifi en la escuela, se ven más casas habitables, se han empadronado en el pueblo unos cuantos vecinos, se mantiene la fiesta de San Bartolomé con las Móndidas y el mozo del ramo, la Asociación multiplica sus actividades culturales, mi casa donde nací sigue cerrada, en la fachada que da a la plaza han puesto una placa con mis libros, ha muerto mi hermano, lo que me deja casi sin referencias, y últimamente el paisaje se ve gravemente amenazado por parques eólicos.  

Sueño con que esta segunda salida de “Historias de la Alcarama”, en “Pepitas de calabaza”, ayude a comprender el drama del mundo rural y, si es posible, a amar esta tierra de donde vengo.