El canto del cuco

Cuaderno gris de Abel Hernández

Mes: agosto, 2021

POR LA VIRGEN DE AGOSTO

Por la Virgen de Agosto sólo quedaban en las piezas algunas puntas de tardíos, avena mayormente, además de los yeros y los «cucos», que había que arrancar con el rocío formando «gabejones», antes de que el último sol del verano cayera a plomo sobre la calcinada rastrojera. Faltaban ya pocos días para que, por San Bartalomé, en la era vacía sólo permanecieran en un rincón , como  reliquias del verano y de  la cosecha, las granzas. No tardarían en brotar  los espantapastores, que en el pueblo llamábamos gallos.

Por la Virgen de Agosto se abría la media veda. Entonces el campo era libre, sin cotos, y aún había caza. Salíamos los cazadores muy de mañana en busca de las escurridizas codornices y alguna tórtola incauta. Eran ratos inocentes y emocionantes, recuerdos imborrables de la infancia.  El perro rastreaba minuciosamente el alto rastrojo de trigo segado a hoz, buscaba bajo los “marallos”, recorría el frescor del orillo, se agitaba  en el cercano aulagar de la lleca, hasta que se quedaba inmóvil, como una estatua con el rabo extendido, y  el pájaro salía  volando. El vuelo de la codorniz es recto y fácil para cualquier cazador de medio pelo. Pero muchas se iban “a criar”, esquivando los finos perdigones de mostacilla.

En muchos lugares de los alrededores la Virgen y San Roque, en extraño enlace, son las fiestas patronales. En uno de estos pueblos que conozco bien cantan los parroquianos en la misa  mayor, con más fervor que antes por culpa del coronavirus, al bueno de San Roque, que murió víctima de la peste, como se sabe: “¡Líbranos de  peste y males, / Roque santo, peregrino!”. Y los mozos se quejan de que sin música y verbenas no hay fiesta. Llevan razón. Las fiestas eran el único respiro del año en la España rural, y llevamos dos años sin baile y sin procesión.

Por la Virgen de Agosto arranca en las Tierras Altas el cambio de ciclo. Recogida la cosecha y con el tempero a punto tras las primeras lluvias, los tractores, que han sustituido a las yuntas, no tardarán en salir a la barbechera. El eterno ciclo de las estaciones, el de la vida y la muerte, se repite sin fin en el campo. La rueda del tiempo marca el alma de los campesinos. Cuando llegue septiembre se irán los veraneantes  y los pueblos volverán a quedarse solos y callados.

LAS TIERRAS ALTAS, EN PELIGRO

Les invito hoy, en medio del verano, a subir conmigo a las Tierras Altas. Como verán, están amenazadas. Toca defender a esta histórica comarca antes de que sea tarde. Para entrar en materia y para que se hagan una idea, ofrezco, a modo de ilustración, este poema que figura “En la tierra desolada”, el último libro de Fermín Herrero. Él conoce bien el terreno. Los dos venimos de allí, de aquellos campos desolados. Mil veces hemos recorrido los caminos.

Por los oscuros pueblos, por su abandono

hay veces en que sé, o me parece

que sé. Sin levantar la vista mujeres

encorvadas y perros flacos. Con este calor

que socarra, los trigos se han perdido. Si fuera

al menos pájaro…, qué pena da, una pena

de cereal secano. He andado mucho, pero

bien sé que en círculo, que si hubo otra ladera

he de ver más techumbres hundidas, que sea lo que sea

nadie soy, esto, un hombre en un sendero, qué más.  

Y ahora reproduzco, ampliado,  lo que acabo de publicar en el periódico. Que no hay tiempo que perder, que sopla el aire y tenemos que aventar la parva.

Las Tierras Altas de Soria son el mayor desierto demográfico de Europa, con menos de dos habitantes por kilómetro cuadrado. Un día fue el centro de la Mesta. Hoy es un cementerio de pueblos. Aquí la despoblación ha hecho estragos. Esta comarca, situada en los confines de Castilla, es el símbolo más llamativo de la España vaciada. En algunas aldeas resisten los últimos vecinos. En muchas no queda ya nadie ni nada, más que la magnificencia de las ruinas. Queda el paisaje elemental, único. Y el silencio. Pequeñas iglesias de traza románica, condenadas a convertirse pronto en  cantarrales, huellas de dinosaurios, majadas caídas, ruinas de castillos, anchas parameras, lomas peladas, caminos de herradura sin arrieros, dehesas, robledales, sabinares, estepares, hayedos, choperas, acebales  y oscuros pinares en las estribaciones de la  sierra de la  Alcarama.  De Yanguas a Magaña, de un castillo al otro, discurrió una parte apreciable de la Historia de España. Y hoy, ya ven. El cierzo arrastra los cardos por las llecas y casi no queda esperanza, aunque sigue girando el cielo de Mercedes Álvarez y brotan allí los versos claros de Fermín Herrero, pegados al terreno. No es poco. ¡Y aún nos queda, como digo, el paisaje!

Pues bien, aprovechando que en estas Tierras Altas no encontrarán resistencia,  eso piensan, las empresas eólicas y las de la energía fotovoltaica están intentando, con apoyo oficial y de sus terminales mediáticas, apoderarse de este territorio y cubrir sus sierras, crestas y oteros de gigantescos aerogeneradores. También quieren invadir las laderas con paneles solares, y el aire con cables de alta tensión, que cruzarán incluso los caseríos por encima de los tejados. ¡Pobres pájaros! Dicen que es el progreso. Lo único seguro es que la energía producida se exportará lejos, el paisaje, aún puro, incontaminado, hermoso, de estas tierras quebradas y limpias quedará desfigurado, prácticamente destruido.

 Esto no servirá, desde luego,  para que la gente vuelva al pueblo, ni creará puestos de trabajo permanentes, sino todo lo contrario. Provocará el abandono definitivo. ¿Turismo rural con este panorama? ¿Turismo entre cables de alta tensión y el permanente ruido sordo de las aspas metálicas junto al caserío?

 Alzar la voz contra semejante atropello se convierte en una acuciante exigencia ética.  Destruir este entorno natural de gran valor ecológico es, además de un crimen, un error irreparable. ¿Qué dirían los muertos de los  camposantos de los pueblos si levantaran la cabeza?  Esto que digo no tiene nada que ver con la necesidad de caminar hacia las energías limpias y sostenibles. Pero así, no. Hoy es preciso salvar las Tierras Altas.