El canto del cuco

Cuaderno gris de Abel Hernández

Mes: abril, 2018

A VUELTAS CON CATALUÑA

Sé de sobra que “El canto del cuco” no se ocupa normalmente de estos menesteres políticos, pero, dada la grave situación a que hemos llegado en Cataluña, no puedo seguir mirando para otro lado. Esta deriva hacia el campo de la política será aquí una excepción, lo prometo, advirtiendo, eso sí, que no es algo ajeno a mi ocupación habitual. Una de las facetas destacadas de mi personalidad profesional, desde hace medio siglo, es la de analista y ensayista político. Sobre eso van una docena de libros míos y miles de columnas en la prensa. Así que no me meto en sembrados ajenos. Sé de lo que hablo. Y, al fin y al cabo,la cabra tira al monte. Lo que pretendo es compartir esta reflexión y, si es posible, suscitar opiniones críticas, a favor o en contra, sobre una propuesta que considero importante y, a lo que se ve, bastante original y arriesgada. Lo que propongo, para salir de una vez del agobiante berenjenal en el que nos encontramos, es lisa y llanamente la disolución de los partidos separatistas, principal amenaza, no sólo en Cataluña, a la convivencia en España desde hace un siglo.

Sin más justificaciones innecesarias, ahí va mi reflexión y ahí van mis razones. Me agarro a lo que hace unos días publiqué en un periódico de Madrid: un artículo, atrevido, meditado y no sé si impertinente, que quiero compartir hoy con los seguidores de este blog. Me apoyo en lo que escribió Antonio Machado: “Cuando penséis en España, no olvidéis ni su historia ni su tradición; pero no creáis que la esencia española os la puede revelar el pasado. Esto es lo que suelen ignorar los historiadores. Un pueblo es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana”. ¡Miremos, pues, al futuro sin las ataduras malditas del pasado, rompiendo de una vez funestos compromisos con los nacionalistas!

La crisis catalana ha puesto de relieve una inquietante paradoja: unos partidos políticos se organizan legal y públicamente con el propósito de segregar un territorio consiguiendo la independencia del Estado, que, a su vez, establece como fundamento de la Constitución “la indisoluble unidad de la nación española”. Las trabas del texto constitucional a la pretendida independencia de una región, desgajándola del tronco común, son, si somos sinceros y realistas, prácticamente insalvables. Para eso se pusieron: para impedir de hecho esa segregación. Pero al mismo tiempo se quiso dejar claro, desde el arranque de la democracia, que en España no se perseguían las ideas políticas. Y así es. Esto se ha cumplido escrupulosamente aunque ahora mismo haya políticos separatistas presos y proliferen los lazos amarillos pidiendo su liberación.

La contradicción salta a la vista. El profesor Jordi Ibáñez Fanés, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, pregunta en un artículo: “¿Por qué es legal poner en un programa para unas elecciones el propósito de llevar a cabo algo a todas luces ilegal?”. Es la libertad de las ideas políticas, se responderá. Pero “algunas ideas políticas -apunta el articulista- sólo pueden llevarse a cabo rompiendo el orden constitucional establecido”. En este caso alcanzando la independencia de Cataluña después de quebrar la legalidad vigente con el respaldo en las urnas de millones de ciudadanos, hábilmente atraídos a la causa con métodos cuando menos discutibles. Ante ese desafío, el Estado, que había estado durante mucho tiempo mirando para otro lado, reacciona con dureza y con todas las armas jurídicas a su alcance en defensa de la legalidad, entre acusaciones de autoritarismo y de judicializar la vida política. Y en esas estamos. Es lo más parecido a un callejón sin salida. Una pugna entre legalidades.

Contemplada la tremenda paradoja y visto el resultado, lo razonable sería, aunque puede que fuera tarde, plantearse, como en Alemania, la ilegalidad de los partidos separatistas. En Alemania, con buena lógica germánica, está prohibido organizarse políticamente para alcanzar lo que la Constitución establece como inadmisible. En España somos mucho más permisivos y así nos va. ¿No se piden soluciones políticas? Pues esa sería una, la primera. Puede que, a la larga, la mejor de todas. La otra consiste en liquidar la Constitución del 78, que tan buenos resultados ha dado, y disolver España. Es lo que quieren los insurrectos catalanes y sus cómplices de izquierda. Desde hace mucho tiempo, la principal amenaza a la convivencia democrática en España procede de los movimientos secesionistas. Conviene aplicarse el cuento y poner manos a la obra. A grandes males, grandes remedios.

LAS CAMPANAS AL VUELO

Este año vamos a echar las campanas al vuelo. El arranque del volteo, manual por supuesto, será el próximo 21 de abril, a las 12, en Albaida (Valencia), tierra de campaneros, con bien ganada fama. Inmediatamente el toque de campanas resonará en 300 campanarios de España y en mil campanarios de Europa. Este sonido milenario se propagará, incontenible, por los países del viejo continente, reclamando a la UNESCO que el lenguaje universal de las campanas, portador de comunicación y de distintas emociones, que viene manifestándose desde el siglo XIII sin interrupción, arraigado también en América, sea declarado patrimonio inmaterial de la humanidad. La iniciativa cuenta con fuertes apoyos de los poderes públicos. Con este fin y durante todo el año se sucederán las actividades en torno a las campanas con un programa atractivo. Ocurre esto cuando la decadencia del mundo rural, con muchos campanarios vacíos o silenciosos, el avance de la increencia y el ruido de la vida moderna en los grandes núcleos urbanos amenazan con sofocar por completo el antiguo y familiar sonido de las campanas.

Los promotores ponen especial empeño en la necesidad de recuperar la rica variedad de toques tradicionales, que tan bien conocían los viejos sacristanes y que la masiva electrificación reduce y simplifica. Los buenos campaneros tocan a mano. Ahí están, por ejemplo, los impresionantes conciertos de campanas en Utrera y en otras localidades. Uno recuerda de niño cómo hacían volar a mano los mozos del pueblo las campanas el día de fiesta durante la procesión, mostrando exhibición de fuerza. Siempre he creído que este ejercicio no estaba exento de riesgo. Un día, en Sarnago, se desprendió una de las campanas de la torre y se estrelló en el suelo durante el volteo. Hubo suerte y no hubo víctimas, pero a mí, desde ese día, siendo muy pequeño, me daba miedo el volteo de las campanas y salía corriendo cuando lo oía. Hasta que llegué a monaguillo. La primera vez que subí al campanar me parecieron enormes, sobre todo la campana grande. Ahora, desde que se cayó la torre, descansan, mudas, en el suelo del portal de la escuela y son objeto de curiosidad. En fin, parece claro que con la electrificación del campanario, tan de moda, se gana en seguridad y en comodidad, pero se pierde en variedad y calidad. El progreso, ya se sabe, tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Las campanas, desde siempre, además de su esencial función religiosa, han cumplido un importante papel de comunicación. Han sido las mejores pregoneras. Sonaban a rebato cuando había que convocar al vecindario para hacer frente a un incendio, la pérdida de una persona o ante cualquier otro suceso que amenazara a la comunidad. Llamaban a concejo o a hacenderas. Anunciaban, con el tentenerrublo, la llegada de los merineros trashumantes el día de los alardes. Ahuyentaban con un volteo breve y nervioso, las sayas boca arriba y la cabeza boca abajo, las tormentas con ruido de piedra. Repicaban en las bodas. Doblaban a muerto anunciando la muerte de un vecino y acompañándolo después al camposanto. Y, en Sarnago, hasta hacían de reloj: era mediodía cuando el sol daba en el borde de la saya de la campana grande.

Cada toque era distinto y peculiar. Cuando tocaban a misa, todo el mundo sabía si habían dado la primera, la segunda o la tercera. Además de llamar a misa con tres avisos o señales, como en el teatro, pueden consignarse, sin ánimo exhaustivo, los siguientes toques peculiares: Toque de nonas, para avisar precisamente a los campaneros; toque de capellanes, para que estos acudieran a coro; toque de ángelus, oración a la Virgen a mediodía, que, al oírlo en el campo, los campesinos cristianos paraban la yunta, se quitaban la boina y rezaban un avemaría; toque de completas, en Cuaresma; toque de ánimas, recordando a los difuntos al anochecer; y toque de sermón, cuando llegaba un predicador al pueblo. Había, además, distintas combinaciones de repique y volteo según la solemnidad de la fiesta y el momento de la misma. (Espero que los lectores proporcionen alguno más).

Todo este variado y rico lenguaje, portador de emociones, que viene de lejos, es lo que se pretende conservar como un tesoro cultural, que nos conecta con los antepasados y nos hace más humanos. Los campanarios no son sólo patrimonio de las cigüeñas y, desde luego, es triste ver tantos campanarios de Castilla sin campanas ni nadie que las oyera. Pero por una vez, como decía, hoy toca echar las campanas al vuelo.