LA CANDELARIA Y SAN BLAS
Arranca febrero con la Candelaria y San Blas. El día 2, los cirios, las candelas y demás luminarias iluminan el templo. Es la fiesta de la luz en el corazón del invierno. No faltan los que ven en la liturgia cristiana de la Candelaria una apropiación de un rito pagano, cosa que no sería de extrañar. La procesión de las candelas formaba parte de la fiesta romana de las Lupercales. Sea como fuere, en muchos pueblos sirve de respiro festivo en el tedio invernal. Precede a la fiesta de San Blas, un santo del siglo III-IV envuelto en las brumas de la leyenda. San Blas y San Roque, ambos milagreros, son dos de los santos más populares en los pueblos de España. El peregrino San Roque, siempre con el perro al lado lamiéndole la herida de la pierna o con un pan en la boca, cura de la peste, y San Blas, obispo y mártir armenio, se ocupa sobre todo de los males de garganta.
Cuenta la leyenda que, cuando era trasladado de la cueva del monte Argeo donde se había refugiado huyendo de la terrible persecuación de Diocleciano, para ser ejecutado, una multitud se arremolinó a su paso. Entre el gentío, una mujer se le acercó con su hijo moribundo en brazos pidiéndole ayuda a gritos. El niño tenía una espina atravesándole la garganta. El santo le impuso las manos y el muchacho quedó curado. De ahí le viene a San Blas su fama de especialista en males de garganta. Su protectora mano es más oportuna en este tiempo invernal, haciendo la competencia a las farmacias y los laboratorios, cuando arrecian los algarazos, cuelgan los chupones de los aleros y el calamoco se apodera de las madrugadas. Además él ni siquiera pide un euro por receta.
Otra cosa es lo de las cigüeñas. De un tiempo a esta parte están dejando al santo en mal lugar. Nada de que “por San Blas la cigüeña verás”. Esta cita quedó cancelada. Ya no se van y, de unos años a esta parte, nieve, escarche o caigan chuzos de punta, en diciembre ya había este año cigüeñas en los campanarios de Castilla, como un anacronismo anticonstitucional. Sea por el calentamiento global o por lo que sea -desde niño vengo oyendo eso de que ya no nieva como antes- el caso es que las cigüeñas prescinden del Calendario Zaragozano, se cargan el refranero y hace años que, nieve o no nieve, en España ha dejado de haber un año de bienes. Sería un disparate echar la culpa de esto a las pobres cigüeñas, como supongo que tampoco podemos pedirles cuentas por traer cada vez menos niños en el pico, lo que les obliga a estar la mayor parte del tiempo pico sobre pico. Y a lo mejor por eso no se van y se quedan de guardia, diga lo que diga San Blas.
Llegados a este punto, tengo que confesar que san Blas no ha sido nunca santo de mi devoción, porque el día de “San Blasillo”, que era el segundo día de fiesta en Valtajeros, murió mi padre de madrugada. Tenía 28 años y yo, dos. Aquel día no supe lo que había pasado. Cuando desperté a la conciencia fue de lo primero que me enteré, y en gran medida este suceso marcó mi vida. Me he pasado la vida buscando al padre sin encontrarlo. Así que desde niño he creído que a San Blas no tengo nada que agradecerle. Aunque comprendo que, como las cigüeñas, tampoco él tenga la culpa de nada. Hay cosas que la razón no comprende: son las cosas del corazón. Etcétera. Recuerdo, eso sí, con simpatía los “blasillos” de Forges, que yo le veía garabatear cada mañana en la mesa de al lado de la Redacción de Informaciones, en aquel caserón de la calle San Roque, cuando mi amigo Forges aún no había perdido la inocencia política y tenía gracia. No me importaría unirme a aquellos “blasillos” en la procesión de las candelas.