EL GORRIÓN DEL CAFÉ DE ORIENTE
Me dicen que en Sarnago ya han oido cantar al cuco por los prados. O sea que a las Tierras Altas de la Alcarama ha llegado, por fin, la primavera, aunque sea con retraso. Pronto verdearán los robles de la Mata y la Dehesa y, en el raso, subirán los sembrados con las últimas lluvias. Sobre ellos harán las calandrias enamoradas torres de música. Por la Cruz de Mayo el campo acostumbra a estrenar su capa de esplendor. Era este el tiempo en que los niños de la escuela nos disponíamos a ir de nidos. Constituía todo un campeonato y una aventura. ¿Cuántos nidos te sabes? ¡Yo tres más! ¿Cuántos huevos tiene el tuyo? Etcétera. Cada cual guardaba la lista con sus descubrimientos en riguroso secreto. Repasábamos minuciosamente los sabinos de la umbría y las mimbreras de Horcajo, junto al rio, donde anidaban las tordas. Recorríamos la dehesa en busca de los nidos de urraca, fabricados con barro y techado y fácilmente visibles en la espesura de los espinos o en las ramas altas de los robles; o, mucho más cotizados, descubríamos los nidos de pitobarreno en los agujeros realizados por ellos con su pico -tac, tac, tac- en los troncos de los chopos y de las mimbreras. Saberse un nido de perdiz, situado siempre en el suelo, bajo una mata o al abrigo de una tomaza en el ribazo, era el colmo de la felicidad. El cazador furtivo, que todos llevábamos dentro, fabricaba lazos con crines de caballo para cazar a la pobre perdiz madre cuando acudía a engüerar su nidada. ¡Hasta ahí llegaba nuestra barbarie, que considerábamos entonces un juego inocente y natural! Y no les iba mejor a las cardelinas, pardillos y perdiguines, que atrapábamos sin piedad en primavera, en plena procreación, aplastados bajo las paraderas en el salegar. (Me cuenta mi hermano que el nido de mirlo que descubrimos en Semana Santa con dos huevos bajo el ciruelo del huerto, mientras nevaba, tiene ya cuatro o cinco pájaros en pelo malo y me asegura, con entusiasmo, que un carbonero se le ha acercado mientras paseaba por la Dehesa de Soria y le ha llegado a picotear en la mano).
Cuando el pueblo estaba habitado y los animales convivían con los humanos, los tejados eran un hervidero de gorriones, construyendo sus nidos bajo las tejas, y el aire se poblaba del griterío de los ocetes. Ahora impresiona el silencio de las calles. Hasta los pájaros han huido. Apenas quedan urracas siquiera. Después de siglos conviviendo con los humanos y abasteciéndose de los desechos de hombres y animales, han tenido que dejar su hábitat natural para poder sobrevivir. He visto varias veces un precioso vídeo que me ha enviado Chiqui. Pertenece al programa “La fauna callejera”. El protagonista es un gorrión, un atrevido, independiente y solitario gorrión macho, que todas las mañanas, desde hace años, atraviesa la doble puerta acristalada del elegante Café de Oriente, de Madrid, y allí se pasa el día, a buen cobijo, sin molestar, discretamente, reposando en los bordes de los cuadros, en los salientes de las paredes o en los dorados apliques de las lámparas de la pared. No pierde detalle de lo que pasa debajo. Cuando ve que unos clientes -él es el primer cliente- se levantan de la mesa, baja silenciosamente en vuelo discreto, casi sin ser notado, y aplica las migajas del suelo. Después vuelve a su privilegiado observatorio. Cuando tiene sed, aprovecha un hueco y bebe agua en la limpia pila de latón del mostrador. Al atardecer sale del café y se va a dormir con los suyos, seguramente en la copa de una acacia cercana. El gorrión del Café de Oriente ha roto, para sobrevivir, todos los estereotipos, entre ellos el de hacer su vida, dejar el bando y actuar en solitario. Una buena lección de adaptación ¿no creen? Pero no sólo el gorrión, también el ser humano es, sobre todo, un animal que se adapta. Por eso, procreamos y sobrevivimos. Por eso dejamos el nido. Por eso abandonamos el pueblo y por eso mismo un día volveremos, y volverán con nosotros los gorriones a los tejados. (De niño oí hablar mucho del Tio Gorrión. Le llamaban así con cierta admiración porque tenía fama bien ganada de pícaro y astuto trotamundos. En estos tiempos sería seguramente camarero del madrileño Café de Oriente).