NOTICIAS DE SORIA
Vuelvo de Soria, cargado de imágenes y de sensaciones. Compartiré algunas. Advierto de entrada que no he podido subir a las Tierras Altas. Traspasar el puerto de Oncala y ver Sarnago allá lejos, al fondo, acurrucado en la ladera, con la iglesia desmochada y la Alcarama detrás, es la única manera de sentirme en casa. Otra vez será. Me he conformado con refugiarme en El Valle, como de costumbre en estas fechas de recogimiento, después de pasar de largo por la capital. El Moncayo y la Cebollera estaban blancos. La nieve bajaba por el monte hasta encima de Molinos de Razón. El monte seguía muerto. Los árboles no habían movido aún. El largo invierno mantenía sus últimas posiciones. La casa estaba helada. Ni siquiera habían brotado aún las violetas. Es un paisaje pardo, oscuro, muerto, aliviado por el verdor de los prados. Apenas quedan vacas en la tierra de la mantequilla, conocida por la “Suiza soriana”. Sólo he visto media docena en un pradillo. Ni apenas gente del pueblo. Sólo forasteros. Casi no se ve un pájaro. Ni gorriones ni golondrinas. Ni el vuelo alto de un cuervo hacia la umbría. Únicamente las cigüeñas en la torre de la iglesia mantienen la fidelidad a esta tierra hermosa y desolada. Impresiona el silencio de la Naturaleza abandonada. Hacía tiempo que no lo sentía tanto. Cada año que pasa es más abrumador, sólo alterado por el constante ruido de los coches en la carretera.
Juliana, la monja, estaba en su casucha prefabricada, envuelta en el saco, sentada leyendo y oyendo música. Dice que, a pesar de esos problemas de cadera que la paralizan, aún se esforzará por cultivar su pequeño huerto cuando el sol caliente un poco. El Viernes Santo lo pasó en vela. No durmió en veinticuatro horas, que pasó además en ayuno riguroso, sin probar alimento ni beber una gota de agua. Su más ansiado deseo era que alguien la llevara en coche a la iglesia del pueblo cercano a participar el Sábado Santo en la Vigilia Pascual. Me parece que no lo consiguió. Hace poco vino a verla su superior, el abad del monasterio cisterciense de Santa María de Huerta. Se la llevó al monasterio para poder cuidarla. Pero sor Juliana, cuando vio el baño y la ducha dijo que eso era mucho lujo para ella y se volvió a su rincón y a su soledad, donde sigue. Nadie es capaz de convencerla y arrancarla de allí. Su afán es vivir desprendida de todo, como una anacoreta radical. Si pudiera, se iría a vivir a una cueva. Ese era su sueño. La otra mujer solitaria, la Romana de Valdenegrillos, que tantos comentarios suscita en este blog -está superando todas las marcas- sigue también allí en su casa, con su gato, entre las ruinas del pueblo abandonado. Y, por lo menos, ha superado el invierno, menos mal. David, corresponsal de este foro, acudió a Valdenegrillos el lunes de Pascua a verla. “Ha sido un gran día -cuenta entusiasmado-, conocí a la Romana y estuvimos hablando un buen rato”. Por ella habrían seguido el hilo de la conversación, y eso que le confesó que hace poco se cayó y que estaba pasando un mal día. La Romana es la mujer más famosa en varias leguas a la redonda, la gran resistente de las Tierras Altas. El sueño de la Romana es aguantar en su casa y en el pueblo hasta que Dios quiera.
Es difícil que en este viaje a Soria surjan novedades. Todo es previsible. Todo se repite de año en año. Es la costumbre, la vulgar rutina. Los mismos ritos en la iglesia a la misma hora. La misma comida de todos los años, con el bacalao del Viernes Santo como plato estrella. La misma limonada en el bar del Sime, que en las Tierras Altas llaman zurracapote, el mismo frutero ambulante de Aguilar del Río Alhama, que viene la mañana del sábado, y aparca su camioneta con la mercancía en el costado de la casa, junto a la fuente. El mismo olor a pan y a magdalenas en la panadería del Pablo, a la que acuden con sus coches cada mañana todos los visitantes ocasionales de El Valle. La misma bajada y subida de los pasos desde la ermita de la Soledad. La misma partida de guiñote. Las mismas gentes, menos los muertos del año, claro, que te encuentras en la calle. “Buenos días”, “buenos días”, “qué frío hace”…Y el mismo Judas de trapo, colgado en medio de la carretera, en la entrada del pueblo. Este año ha sido casi la única sorpresa. El año pasado ya no hubo mozos para colgar el Judas. Parecía irremediablemente condenado al olvido, pero alguien, parece que venido de fuera, ha hecho lo que ha podido por mantener la tradición. ¡La rutina de la tradición! Estas son las noticias.