LOS NOVIOS SE SORTEAN EN NOCHEVIEJA
En la Nochevieja los mozos y mozas del pueblo “echaban los novios”. Esa era la costumbre al acabar el año. Los mozos bebían vino en la bota sobada, que pasaba de mano en mano hasta ponerse calamocanos, y las mozas, casi a escondidas, tomaban si acaso, para animarse, una copita de moscatel. Todos eran bastante pobres, quien más quien menos, pero parecían alegres. Hoy en la ciudad los mozos y las mozas pasan frio en la fila del paro, se emborrachan en la madrugada con cerveza barata en grandes vasos de plástico, se acuestan juntos, han dejado de ir a misa y protestan indignados en la plaza pública. Lo único seguro es que no están contentos con su suerte. ¿Se acuerdan? El progreso y la revolución tecnológica iban a acabar con todos nuestros males. El pueblo significaba el atraso y la ciudad, el progreso y la modernidad ¡Válgame Dios! Malvendieron los animales, colgaron el yugo en el portal, abandonaron el trillo y los aperos en un rincón y cerraron la casa del pueblo. Todos se las prometían muy felices y mira. Los hijos no alcanzan, por primera vez, el nivel de vida de sus padres y tenemos la sensación de que nos mueven desde fuera como muñecos de guiñol. ¡Es el mercado, dicen, el maese Pedro que mueve nuestros hilos! Y no aparece ningún Quijote que derribe el tablado de la farsa. Así, al acabar el año, año de sobresaltos donde los haya, el estado de malestar se impone al de bienestar.
¿Se dan cuenta de por qué me niego a chapotear en la crisis y a manosear críticamente las medidas del Gobierno? En un meditado ejercicio de evasión y autodefensa, prefiero refugiarme en la infancia, que al fin y al cabo es la patria de cada cual. Sólo pretendo alegrarles un poco. Estoy seguro de que más de uno me lo agradecerá. Pero, ojo, nunca me cogerán en renuncio, nunca afirmaré categóricamente que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque a veces tenga la impresión de que la cada vez más compleja urdimbre de estos tiempos modernos nos está atando poco a poco de pies y manos como cuando de niños caíamos en la espesura del bosque y no podíamos salir ni bien ni mal. Prefiero salir hoy al claro de aquella vida rural tan elemental, tan condenadamente sencilla y rutinaria.
Como decía al principio, la noche de San Silvestre era costumbre inveterada en Sarnago echar los novios, que ésta era la expresión utilizada. No pasaba de ser un juego entretenido con una pizca de malicia. En el pueblo muchos hombres y mujeres se quedaban para vestir santos. En un talego se depositaban las papeletas con los nombres de todos los mozos del pueblo. Se mezclaban los muchachos que acababan de dejar la escuela para hacerse cargo del zurrón y el garrote de pastor, con los que habían vuelto de la mili y hasta con los cojitrancos aquejados de reúma, que cobraban ya el subsidio. Y lo mismo ocurría con el otro talego, que era de distinto color y guardaba las papeletas con los nombres de las mozas. Allí se juntaban todas, desde la nínfula con trenzas a la moza vieja, con moño y toquilla, que podía ser su abuela. La nieve helada solía cubrir las calles y el cierzo jugaba a las cuatro esquinas. A las doce de la noche, cuando San Silvestre salía a recorrer el cielo en silla gestatoria acompañado del rey Enero, se realizaba el sorteo en el “cuartecillo”, bajo el Ayuntamiento, entre el nerviosismo y el jolgorio general. Los emparejamientos podían resultar acertados o estrafalarios y estos últimos daban pie a que las mozas cantaran:
¿Qué haces ahí mozo viejo
que no te casas?
¡Que te estás arrugando
como las pasas!
Por un día todos los solteros del pueblo, hasta los que se apoyaban en la cachava y no tardarían mucho en criar malvas, estrenaban el año con novia, y al revés. Los novios debían hacer un pequeño obsequio a la novia de ocasión y bailar con ella al son de una guitarra. Esa era su dulce o embarazosa servidumbre. A veces el sorteo daba fruto y las parejas cuajaban y llegaban hasta el altar. Y colorín, colorado…Era una forma como otra cualquiera de relacionarse. (Ahora esto se hace por internet y la boda se realiza en el Juzgado, que es algo mucho más aburrido, dónde va a parar).