LETRAS VIAJERAS
Acaba de llegar a mis manos “Letras viajeras” de Manuel Rico, editado por Gadir. Es un libro singular. En realidad es un libro de libros. Con él en la mano, uno se pone en camino irresistiblemente. Lo hace de la mano de escritores y poetas admirados, por rutas conocidas o soñadas y por paisajes antiguos más o menos olvidados. El autor es un poeta y narrador consagrado, con el zurrón cargado de premios y de curiosidad, y con el que comparto hace tiempo el amor a la tierra y a sus gentes. En esta obra Rico agavilla más de cuarenta reseñas de libros de viajes, una buena selección de lo mejor de la literatura viajera, en la que ha incluido, válgame Dios, mis “Historias de la Alcarama”, al lado de Pessoa, Unamuno, Machado, Umbral, Gerardo Diego, Dos Passos, Azorín, Ferres, Ramón Carnicer, Juan Goytisolo, Julio Llamazares, Dionisio Ridruejo, Ernesto Escapa y así. Introduce el libro con lo que escribió Croisset: “La lectura es el modo de viajar de aquellos que no pueden tomar el tren”. En este caso el viaje está garantizado. Y adelanto, para el que sienta curiosidad, que en “Letras viajeras” hay predilección por las tierras de Castilla y una especial atención a Soria, si no me dejo llevar por mis querencias.
Sin perjuicio de dejar constancia de otras rutas y otros autores, me ceñiré en esta entrada a paisajes sorianos que el libro de Manuel Rico nos descubre e ilumina con gracia añadida. Por hoy dejo de lado a John Dos Passos en su viaje de Nueva York a la Mancha profunda y a Azorín, que nos invita a acompañarle por Riofrío de Ávila, o por una ciudad castellana, o de paseo por Córdoba. Pasaré por alto la visita de Andersen a Cádiz y Granada y las andanzas de Richard Ford por tierras de Albarracín. No deja de ser tentador acompañar a Unamuno por las Hurdes, subir con él a la Peña de Francia o pasear a su lado por las callejas de Coimbra. Tampoco es ninguna tontería visitar Lisboa con la guía turística de Passoa en la mano, meternos en las Hurdes profundas con Ferres y López Salinas, bajar al Sur con Marsé o recorrer la Mancha con el poeta Eladio Cabañero. Conocida mi especial devoción por Dionisio Ridruejo, para andar por Castilla la Vieja -en este caso, por Segovia- no hay mejor guía que la suya. Por supuesto, valdría la pena madrugar para acompañar a Cela aquella mañana fría cuando partió hacia su “Viaje a la Alcarria” en el tren con asientos de madera. “El vagón está a oscuras. Sobre las duras tablas, los viajeros fuman adormilados…”
Pero hoy me quedo en Soria, a la que estoy viajando cada semana porque la silenciosa y traidora enfermedad ha tocado de cerca a la familia. En el hospital, junto a la ermita de Santa Bárbara, confluye cada día toda la Soria doliente. Desde las últimas semanas de vida de mi madre nunca había viajado hasta allí tanto y tan seguido. Pero esa es otra historia. Como botón de muestra, ahí van unos apuntes sorianos, extraídos de “Letras viajeras”. El libro de Manuel Rico arranca con “Corazón de roble” de Ernesto Escapa, al que dedica con razón varios capítulos. E inicia el camino en Soria. “Entra en la ciudad de iglesias románicas y calles de soportales y sombras -describe Rico- , visita el instituto donde don Antonio daba sus clases de francés, nos cuela en la iglesia de Santo Domingo, o en la de San Nicolás, o en la concatedral de San Pedro y nos invita a meditar en sus interiores frescos y olorosos a incienso; desciende, caminando, hasta el río y sus extensas praderas, nos acerca a Numancia y sus ruinas…” Las orillas del Duero las recorremos con Julio Llamazares. Por hoy nos detendremos en Duruelo, haremos alto en Casa Pirracas, cuyo dueño (que se llama Patricio, pero al que su abuelo apodó Pirracas), sirve al viajero “unas judías con chorizo y un lomo de mucha enjundia, mientras por la ventana vemos la niebla, que continúa agarrada con tozudez a las crestas del Urbión”.
Y vamos ya con los poetas que amaron Soria. Manuel Rico ha caído en la cuenta de que “también en géneros como la poesía y el relato hay mucha literatura viajera”. Que se lo pregunten a él. En este caso era obligado viajar a Soria con Antonio Machado. Así volveremos a contemplar los álamos dorados del camino en la ribera del Duero entre San Polo y San Saturio y también habrá un momento que exclamaremos con él: “¡Oh tierra triste y noble, / la de los altos llanos y yermos y roquedas, / de campo sin arados, regatos ni arboledas; / decrépitas ciudades, caminos sin mesones”. Y subiremos con él, por la carretera que va de Soria a Burgos, haciendo un alto en la venta de Cidones, hasta los pinares de Vinuesa, Salduero, Covaleda, en busca de la Laguna Negra y la “Tierra de Alvargonzález”. Tampoco puede faltar el viaje a la “Soria sucedida” del gran Gerardo Diego, más alegre y juguetón con las palabras. Nos muestra allí la vida cotidiana -advierte Rico- de una pequeña ciudad de provincias -”por la ciudad dormida / cruza el rebaño en silencio”-, está la Soria invisible de sus tejados “como hechos al azar y de memoria / por manos de arbitrarios poetas albañiles”, están los paseos bajo los soportales, los pequeños comercios, los amigos… Pero además Gerardo Diego viaja por los paisajes de la provincia. No puede faltar, claro, una visita a Bécquer en su celda del monasterio de Veruela, en la falda del Moncayo. “Viajar con la palabra de Bécquer -dice Rico- es, también, sentarse junto a él en la fría celda a escribir a la luz de la vela, es recobrar sus leyendas, hechas de ruinas catedralicias, luces nocturnas, amores furtivos y extrañas pesadillas con los espíritus de El monte de las ánimas”.
En fin, si quieren venir conmigo a las desamparadas Tierras Altas, donde “había una vez un pueblo situado entre montes en un lugar pivilegiado, desde el que se dominaban veinte kilómetros a la redonda”, estaré encantado de invitarles a mi casa en Sarnago, aunque “lleva tanto tiempo cerrada que da miedo abrir el portón descolorido amarrado con cordeles”.