UNA TARDE EN MATUTE DE LA SIERRA

Entre el ir y venir del verano, del mar a los trigos, reanudaré estos relatos haciendo parada en un pequeño pueblo soriano, al pie del Cerro de San Juan, adonde llegué al caer la tarde de un día claro de agosto para participar en un acto cultural. Matute de la Sierra, que así se llama el lugar, merece un reconocimiento porque, después de estar varios años deshabitado y dado por muerto, ha revivido gracias al tesón de sus gentes, que han reconstruido las casas, y al hecho de que algunas familias han vuelto y se han quedado a vivir. Es un acontecimiento singular que invita a la esperanza y que contrasta con el avance implacable de la despoblación. Como dato significativo, el acto en el que participé, incluido en la “VIII Semana Cultural de Matute de la Sierra”, se celebró en la iglesia de Santa Coloma, una iglesita del siglo XII, de un románico puro, limpio y sencillo, en un paraje apacible junto a un arroyo. Martín, el cura, impulsor de estas semanas culturales y de la reconstrucción del templo, me contó: “Aquí dentro encerraban las ovejas los pastores trashumantes; la iglesia hundida se había convertido en majada”. Y luego me enseñó al fondo, bajo el enrejado de madera del coro que unos ladrones intentaron llevarse, la espectacular pila de bautismo del siglo XII rescatada de la ruina. En el centro de la verde explanada delante de la iglesia han logrado salvar también la estampa majestuosa de un olmo centenario.

El viajero que se encamine a Matute, desviándose a la derecha en el cruce de El Valle, antes de llegar a Almarza, Ayuntamiento al que pertenece el caserío, dará, entre la arboleda, con la casa-fuerte de San Gregorio, un asombroso conjunto medieval, de estilo gótico, construido en 1461, que fue morada de condes castellanos y donde ahora se celebran bodas. Unos kilómetros más arriba, siguiendo la estrecha carretera entre encinares, tropezará pronto con el punto de destino. Le sorprenderá en la entrada un llamativo edificio de piedra con unos torreones, que resulta ser una casa rural y restaurante, principal atractivo turístico de la aldea y que se llama Santa Coloma, como la patrona. Me dicen que cuando los pueblos de alrededor estaban habitados, no había arriero que no detuviera la caballería y se parara a echar un trago y a llenar la frasca en la fuente de Matute. Tan famosas eran sus frescas aguas que hasta se las llevaban en cantarillas las gentes de la capital. Estamos a veinte kilómetros de Soria, a poco más de dos leguas de Numancia, estratégicamente situados entre la comarca de El Valle y las Tierras Altas, con la Cebollera y la Sierra del Alba como principales referencias, y no habrá guía turística que no resalte que nos encontramos a un tiro de piedra del famoso acebal de Garagüeta, el mayor bosque de acebos de España y uno de los mayores de Europa.

La función cultural en la que participé estaba organizada por la “Asociación de Amigos del Románico de Matute de la Sierra”, bajo la dirección del cura Martín, que es el alma de la resurrección material y espiritual del pueblo. De entrada, es admirable que estas semanas culturales cumplan ya ocho años. Para evitar su muerte, los pueblos se asocian y se agarran a la cultura. No es mal asidero. Es lo que les queda. A mí me parece que éste es un fenómeno social, cada vez más extendido, digno de consideración y apoyo. Esta vez a mí me pidieron que hablara de mi hermano Delfín que fue sacerdote, psicólogo y poeta. De alguna forma era un homenaje póstumo. Yo me incliné por revelar sus relaciones con Tierno Galván. Entre sus papeles he encontrado un paquete de cartas atadas con una goma. Es la correspondencia que mantuvo durante varios años con el “viejo profesor”. En este largo intercambio epistolar entre el sacerdote católico, cura de Valdeavellano de Tera, y el pensador agnóstico, que andaba buscando sus orígenes y a Dios, se observa un gran respeto y afecto mutuos. En todo momento, Delfín respeta esa búsqueda y su libertad intelectual. Aparte de un sinfín de detalles humanos, hay en este intercambio epistolar, tres asuntos principales: Enrique Tierno quiere conocer con detalle su árbol genealógico y Delfín escudriña en los archivos y se lo proporciona. Así nos enteramos, por ejemplo, de que su abuelo Julián Tierno fue capitán de Infantería en Tudela, y su bisabuelo Simón, estanquero en Valdeavellano. Su tatarabuelo Pedro Tierno también era de este pueblo. Así que don Enrique Tierno Galván estaba bien arraigado en El Valle soriano, en contra de algunas biografías poco informadas que han tratado de descalificar sus orígenes rurales.

En segundo lugar, Tierno quiere y pide que lo entierren en el cementerio católico de Valdeavellano de Tera. “Con relación a la sepultura -dice en una de las cartas-, mi pariente Isidoro Tierno le habrá entregado o puesto en la cuenta, 5.000 pesetas. Mi intento era, y es, construir un panteón, pequeño y sencillo, siempre que no haya dificultad y esté a mi alcance”. Quería una sepultura perpetua, y el Obispado dictó un edicto concediéndosela. El 15 de diciembre de 1980, siendo ya alcalde de Madrid, escribe a mi hermano: “Le agradezco muchísimo la gestión del cementerio, pero, me permito insistirle, contando siempre con su mucha bondad y desprendimiento, que me diga si hay posibilidad de venderme un espacio de tierra mayor, para que pueda hacer un hueco para varios cuerpos. En Madrid esto está muy mal y más vale prever que lamentar. Le encarezco que no deje este asunto de la mano”.

En tercer lugar, busca con el mayor interés datos ciertos y originales sobre una capellanía de sus antepasados, que trajeron de Flandes una capilla y un retablo para la iglesia del pueblo. La fundó un miembro de su familia, un tal Juan Ortega, tío de Juan Tierno “El Mozo”, primer capellán, al que representó mientras acababa sus estudios Juan Tierno “El Viejo”. “Por el resumen que me envió -le escribe a Delfín-, ahora me doy cuenta de que el original de la capellanía está en el archivo de la parroquia. Verá usted que se encargó un retablo flamenco, el que hay, que llegó hacia 1603, con la imagen de San Juan Bautista y Nuestra Señora de la Concepción”.

Aparte de estos tres temas, hay en este epistolario que se prolonga desde 1978 hasta la muerte de Enrique Tierno, un ramo de felicitaciones mutuas, sobre todo navideñas, y de confidencias humanas. Un año el profesor agradece al cura un folleto que éste había escrito sobre la leyenda de la Virgen de las Espinillas, que da nombre a una ermita del pueblo y que llegó a ser objeto de peregrinación, por razón de esta leyenda medieval, de los pastores trashumantes. “Es gran lástima -le dice Tierno- que estas leyendas no sean ciertas. Acompañan a la inocencia y fortalecen la virtud. La vida es más bella cuando se creen que cuando se estudian. Hace usted muy bien en contribuir a que, cuando menos, la tradición quede”.

Anochecía cuando salimos de la pequeña iglesia románica reconstruida, y abandonamos Matute de la Sierra, que se quedó en paz y en silencio.