AL CUCO

por elcantodelcuco

He recibido un mensaje de Elena Pallardó, que me ha puesto las pilas la víspera de partir hacia el mar. Me dice que leyendo una antología de poetas románticos ingleses se ha encontrado con un poema que le ha hecho pensar en mí. Y me lo manda. No tanto para descubrírmelo, dice, como para compartir la casualidad conmigo. La verdad es que para mí ha sido además un descubrimiento y un regalo que quiero compartir con todos. Se titula “Al cuco” y es de William Wordsworth, con traducción de Leopoldo Panero. Difícilmente podría encontrar una mejor postal del verano. Es de esas veces en que uno piensa para sus adentros con sana envidia: ¿Por qué no habré escrito yo esto, si expresa tan fielmente lo que siento cuando escucho el canto del cuco en la lejanía del monte? De este poeta reproduje en “Historias de la Alcarama” aquel sublime poema, que dio título a una inolvidable película y que dice: Aunque nada pueda devolver la hora / del esplendor en la hierba, de gloria en la flor; / no hemos de entristecernos, antes bien encontrar / apoyo en lo que permanece / en la primordial simpatía / que habiendo sido debe ser por siempre / en los pensamientos tranquilos que brotan / del sufrimiento humano / en la fe que ve a través de la muerte… Trataba yo entonces de recurrir a la esperanza ante la muerte programada de los pueblos. Todo lo que se ama permanece. Nada de lo que se ama desaparecerá para siempre, etcétera. Como veis, una visión romántica de la vida, tan válida como cualquier otra.

Este poema “Al cuco” de Wordsworth, que yo, como digo, desconocía, refleja fielmente lo que sentí el otro día en Sarnago cuando, estando en el cerro del castillo, oí abajo, lejos, el apagado canto del cuco. No sé cuantos años habían pasado desde que lo oí por última vez. Es difícil que alguien ajeno al mundo rural y a estas experiencias infantiles sea capaz de comprender la emoción y el gozo convulsivo que ese cu-cu lejano, etéreo, voz errante que subía del monte o de los prados, no lo sé bien, me despertó por dentro. Y veo que no soy yo solo. Ahí va el poema que a mí me hubiera gustado escribir:

¡Ledo huésped reciente! Tu eco escucho

de nuevo, y me alborozo

¡oh cuco! ¿He de llamarte también pájaro,

o errante voz tan solo?

Mientras tendido estoy sobre la hierba,

tu doble grito oigo,

de colina en colina resbalando,

cerca a un tiempo y remoto.

Aunque es tu charla nada más al valle,

y a las flores y al sol,

a mí me trae leyenda de horas

en mágica visión.

¡Tres veces bien venido, vernal príncipe!

¡Mas, para mi, tu no

eres ave: invisible cosa eres,

un misterio, una voz!

…La misma que en mis días escolares

escuchaba; ¡aquel grito

que me hizo aquí y allá tornar los ojos

por fronda, cielo, espino!

Vagué a menudo, atravesé en tu busca

bosques y praderíos;

más tú eras siempre una esperanza, un sueño,

deseado, nunca visto…

Y aún escucharte puedo, y acostarme

sobre el llano, y oír,

oírte hasta crear de nuevo aquella

dorada edad en mí.

¡Oh ave santa! ¡La tierra que pisamos

nuevamente es así

obra de un hada, inmaterial paraje,

hogar propio de ti!

No sé si la poesía es un arma cargada de futuro. Me inclino a pensar que sí. De un tiempo a esta parte ha desaparecido de las páginas de los periódicos, que están abarrotadas de política en alpargata, de fútbol, de sucesos y, por supuesto, de economía. Lo mismo ocurre en la radio y en la televisión. El mundo de los negocios, los intereses económicos, dominan el panorama en la vieja Europa. La poesía, tan presente en los pueblos desde siempre, ha quedado barrida, relegada. Y así nos va. Recuerdo, a este propósito, una historia que viví de cerca en El Escorial, en la época gloriosa, la primera época de los cursos de verano. Una noche varios escritores relevantes, entre los que llevaban la voz cantante, templada por el vino, Claudio Rodríguez y Paco Umbral, quisieron quemar solemnemente en una hoguera toda la prensa económica, que empezaba a proliferar. Se trataba de una protesta en toda regla, con publicidad y alevosía, bajo el lema: ¡Más poesía y menos economía! Unos románticos, como se ve. Lo mismo que yo hoy. Menos mal que sigue cantando el cuco en los montes perdidos de Sarnago, aunque nadie lo oiga.