LA CABRADA
por elcantodelcuco
Al punto de la mañana sonaba en el pueblo la cuerna del cabrero. El bronco sonido característico del cuerno de toro recorría las calles. Era la señal inconfundible para soltar las cabras, que habitaban los bajos de las casas, entre canales y zarzos. Antes habían sido minuciosamente ordeñadas. En el pueblo no había vacas. Las cabras eran una mina, un tesoro, fueran cornudas o mochas, para todo hijo de vecino. Proporcionaban la leche del desayuno, el blanco y crujiente queso, fabricado en las pequeñas encellas con cuajo natural, y el delicioso requesón. El café con leche de cabra, acompañado de unas buenas tostadas de pan con aceite o de unas rebanadas de pan frito -¡de aquel pan de hogaza!- lo he considerado siempre un desayuno opíparo, difícilmente superable. Eso sí, era alto el riesgo de sufrir toda la familia las temidas fiebres de Malta, que estaban a la orden del día. Además las cabras traían al mundo los alegres cabritos. La venta de los cabritos machos en el mercado de los lunes de San Pedro Manrique significaba un alivio para la exigua economía familiar, y el cabritillo sobrante que se quedaba en casa no correría mejor suerte: acabaría inevitablemente en el plato de la mesa familiar en fecha señalada, aromado de tomillo, cuando tocaba tirar la casa por la ventana. Me vienen aquí a la cabeza, antes de que se me pasen, unas coplillas graciosas que corrían de boca en boca entre los cabreros de las Tierras Altas y que, aplicándolas, con evidente hipérbole, a alguna vecina recién parida, encerraban mucha risa y no poca malicia:
Tengo una cabra andirga andorga,
zapilituda, ciega y sorda.
Si ella no fuera andirga andorga,
zapilituda, ciega y sorda,
no pariría a los hijos andirgos andorgos,
zapilitudos, ciegos y sordos.
Para el destete de las cabras se untaban las tetas con perruna. Y la cabra más gorda, bien cebada, solía acabar acompañando al cerdo en la matanza para dar consistencia y sabor inconfundible a las vueltas de chorizo, colgadas en las varas de la cocina. Ese era el secreto de su excelencia, además del pimentón de La Vera.
De todos los portales, como digo, iban saliendo dócilmente los animales, hasta confluir los pequeños hatos de cada vecino en la cabrada. Detrás dejaban un rastro de cagarrutas, y los bucos, jefes de la cabrada, un fuerte olor a almizcle. Al frente de ella iba el cabrero con su chucho, un fiel perro sin raza, engendrado en la calle. Cuando no había cabrero fijo, este viejo oficio se ejercía a reo vecino, en un ejemplo de economía comunal. La cuerna pasaba entonces de casa en casa al caer la noche. Al llegar aquí, se me cruzan dos imágenes contrapuestas o puede que complementarias: la estampa del Aurelio, el último vecino de Sarnago, un mocetón tosco, de no excesivas luces, que se me figura siempre de cabrero con sus zahones, sus polainas y sus abarcas, la manta al hombro y un trosquil de pan y tocino en el zurrón, y la figura grácil de Miguel Hernández, el cabrerillo de Orihuela, con el zurrón cargado de poesía.
La cabrada encontraba su hábitat natural en el monte. De ahí seguramente el dicho, con su malicia dentro, de que la cabra tira al monte. Con las cabras pasa como con los burros: se han cargado de mala fama sin merecerlo. Estás como una cabra, es una niña caprichosa (capricho viene de cabra), ese tio es un cabrón, etcétera. El lenguaje popular está cargado de maledicencia contra estas humildes criaturas, familiares, duras, independientes y amables, ligeramente ácratas, lo que aumenta su encanto; animales domésticos, razonablemente casquivanos, de poco gasto y mucho beneficio y de alto valor ecológico. Puede que la Biblia haya contribuido a esta mala fama: a la derecha, los corderos, que son los buenos, y a la izquierda, los cabritos, que son los malos. ¡Es injusto y habrá que revisar esto y lo de la derecha y la izquierda; el Papa Francisco ha dicho ya que él nunca ha sido de derechas! El hecho es que desde que ha desaparecido la cabrada el monte está intransitable, los caminos se cierran, los espinos y zarzales invaden la pradera y aumenta considerablemente el peligro de incendio forestal. Y lo peor de todo: los que quedan en el pueblo o los que vuelven tienen que tomar leche de “tetrabric”. Claro que así no padecen fiebres de Malta, que todo hay que decirlo.
Viene todo esto a cuento de una noticia que acabo de leer en el periódico. Resulta que en algunas ciudades de Estados Unidos, las cabras están convirtiéndose en animales de compañía y en ecológicas recuperadoras de los espacios verdes, arrasando en poco tiempo los matojos y yerbajos. Lugares hay en que para eso se contratan rebaños enteros de cabras. Así no hacen falta insecticidas o pesticidas ni ruidosas máquinas segadoras o insufribles soplahojas. Las cabras se encargan de todo de forma natural y rápida. La pionera de este entusiasmo caprino se llama Jannie Grant, que no está como una chota. Vive en Seattle y tiene un blog muy leído, en el que no se cansa de ponderar la ventaja de tener cada mañana leche fresca en casa. Jannie tiene dos cabras criadas por ella. Asegura que son unos animales cariñosos e inteligentes. La tendencia empieza a abrirse paso en otras ciudades. Está poniéndose de moda. ¡Lástima que en las Tierras Altas, su hábitat natural, no queden cabradas en los montes! En su blog, “Goat Justice League” ofrece consejos para la crianza de cabras en espacios urbanos. Uno de ellos, ¡ay! es que hay que capar a los machocabríos para que no huelan. ¡Pobres! No todo iban a ser ventajas.
En mi pueblo, a la cabrada se le llamaba también “la vicera”. La palabra correcta, parece ser que es “la vecera” por proceder del vocablo “vez” o turno porque, según explicas, antiguamente todos los vecinos del pueblo estaban implicados en el pastoreo de este rebaño. Cada día le correspondía realizar esta tarea a uno de ellos y el orden se hacía guardando un riguroso turno o “vez”.
Un exquisito manjar procedente de las cabras eran los “calostros” que se hacían con la primera leche que producen después de haber parido.
Me había olvidado de los calostros, tan ansiados por los niños entonces. Gracias por recordarlo.
He disfrutado mucho con la lectura de esta entrega. Está muy bien escrita y me ha traido recuerdos, ideas y antiguas vivencias. Permíteme unas pequeñas acotaciones: Los versitos que citas, que inmediatamente me recordaron el poemita «El Bosco», de Alberti,
» El diablo hocicudo ojipelambrudo,
cornicapricudo, perniculimbrudo y rabudo,
zorrea, pajarea, mosquicojonea,
humea, ventea, peditrompetea
por un embudo. {…}
El diablo liebre, tiebre, notiebre, sipilipitiebre,
y su comitiva, chiva, estiva, sipilipitriva,
cala, empala, desla, traspala, apuñala
con su lavativa.» {…}
no son sino un gracioso trabalenguas popular infantil.
Imagino que, al emplear la palabra buco , emparentada con el Bock alemán y el bouc francés, tan literaria como hirco, en lugar de las populares castrón, chivo, cabrón… , estás dando a entender que en Sarnago es la forma corriente de denominar al macho cabrío. En ese caso, permíteme un buen consejo literario. Date un paseo por el Museo Lázaro Galdeano y lleva contigo «Tiempo de silencio», de Luis Martín-Santos. Sitúate ante el cuadro de Goya » El aquelarre. Le grand bouc», localiza en la novela los pensamientos que este cuadro inspira al novelista
(» Él levantará su otra pezuña {…} y en ella depositará una manzana. Y mostrando la manzana a la concurrencia selectísima, hablará durante una hora sobre las propiedades esenciales y existenciales de la manzana. La quiddidad de la manzana quedará mostrada ante las mujeres a las que la quiddidad indiferencia. ¡Vayamos con las mujeres inquietas, con las mujeres finas, con las mujeres de la selección hacia el inspirado discurso! Inclinemos nuestras cabezas ante el gran matón de la metafísica y dejemos chorrear lustrales sobre nuestras frentes sus palabras de hidromiel. » Disfrutarás un montón con la riquísima ironía que el texto rezuma, máxime si tienes en cuenta que el Gran Buco no es otro que Ortega y Gasset, «el gran matón de la metafísica», al que, por cierto, en ningún momento nombra…
Todo soriano debería ir en peregrinación a Aldeadávila de la Ribera, a comprobar cómo se despide de España el sorianísimo Duero configurando uno de los paisajes más abruptos, escarpados y grandiosos que podamos contemplar, las Arribes del Duero. Allí podría discutir si Extremadura tiene algo que ver con Extrema Durii ‘ Confines del Duero ‘ o no, por qué el nombre de Extremadura, que en un principio denominó dos comarcas castellanas, la Extremadura soriana o Extremadura de Suso (‘de arriba’, de sursum) y la Extremadura de Yuso (‘de abajo’, de deorsum), segoviana y abulense, ha aterrizado definitivamente para designar una región, la extremeña, que nada tiene que ver con el Duero. Obligada la visita al «Monumento al cabrero». Seguro que el/ la guía durística de la expedición fluvial hasta la presa de Aldeadávila, en un moderno catamarán, hará una detallada referencia a la ruda y durísima vida de los cabreros de las Arribes. Sólo las cabras pueden aprovechar ese terreno más propio para las águilas. Como la necesidad agudiza el ingenio, o como decíamos de estudiantes en un latín macarrónico digno de unas buenas collejas, «Intellectus apretatus discurrit qui rabiat», esos abnegados cabreros se descolgaban con sogas hasta los nidos de águila, ataban los picos de los aguiluchos con cuerdas y, cuando los padres llegaban al nido con un conejo o una perdiz, volvían a bajar para robarles esas piezas de caza. Eso sí, había que soltar los picos otra vez, que no era cuestión de matar la gallina de los huevos de oro.
Queda alguna que otra reflexión.
Una vez más, gracias por tanta erudición, tanta sabiduría y tanta gracia. Llevas razón. Hace tiempo que sueño con ir a las Arribes del Duero; pero están tan a trasmano…Ahora acabo de llegar de Extremadura. He participado en Mérida en un curso de la Universidad de verano. He viajado en tren, parando en infinidad de estaciones. Y he disfrutado contemplando dehesas y alcornocales. Siempre me ha parecido esta tierra muy cercana a «Soria pura, cabeza de Extremadura». Pero en todas partes hay bucos sueltos.
Una cosa he aprendido: el aprovechamiento de los calostros de cabra. Habría jurado que sólo existían los de vaca. Ahora solamente con mucho azúcar los come la gente menuda: en general ya resultan demasiado fuertes.
En cuanto a las vecerías, felices vosotros si no teníais más que una. En la montaña palentina, después de Ramos, se soltaba el ganado y había vecerías de vacas y novillos, de jatos (terneros), de ovejas y cabras, de corderos, de carneros y chivos, y hasta del toro del pueblo (» andar más suelto que el toro de concejo», que aludía a la libertad de los solteros). Los días se correspondían con el número de cabezas que cada familia sacaba. Se imponía la necesidad de la familia numerosa, y aún así la asistencia escolar se resentía. Algunas vecerías se hacían en los chozos de la sierra, con una duración de una semana o más, por parejas de veceros ( en un totum revolutum de solteros con casadas, casados con solteras…).
La cabra también ha tenido buen nombre. Aquiles se crió con miel silvestre y la leche de la cabra Amaltea, que le sirvió de nodriza. Zeus, al morir Amaltea, se hizo con su piel una coraza, la égida. Aiguís, aiguidos significa ‘piel de cabra’, de aix, aigós ‘cabra’. No estaría mal que el Jefe del Estado, dado que égida ha pasado a significar ‘protección, defensa’, al ser investido, en lugar de o además de la corona , recibiera como símbolo una égida, aunque sólo fuera para que cobrara pleno sentido la expresión » bajo la égida de …». Un rebaño de cabras puede servir para describir un período histórico. En las guerras civiles de Roma se produjeron numerosas expropiaciones de tierras en favor de soldados licenciados, entre ellas la que sufrió en Mantua la familia del poeta Virgilio. Su «Égloga de Títiro y Melibeo», sin cuya existencia Garcilaso nunca habría escrito su «Égloga de Salicio y Nemoroso», refleja estos hechos literariamente. Melibeo, el cabrero que, entristecido por la expropiación, y cansado, abandona sus tierras llevando sobre sus hombros los dos cabritillos recién paridos entre los densos avellanos ( Ite, capellae… ‘Marchad, cabritas…), es el propio Virgilio echado de sus tierras. Títiro, el otro pastor que, recostado a la sombra (lentus sub umbra), hace repetir a los bosques con su flauta el nombre de su amada Amarillys, es también el trasunto del mismo Virgilio que, gracias a un dios, Octaviano, el futuro César Augusto, le restituye las tierras expropiadas. En la cultura musulmana los profetas bendicen a los que poseen cabras…
El mal nombre, aparte de la atribución de un carácter voluble, veleidoso, puede deberse al influjo de las leyendas brujeriles que acarrean la irracional represión de la Santa Inquisición: esos aquelarres ( del vascuence aker ‘macho cabrío’ + larre ‘prado’,’ prado del macho cabrío’ y luego por extensión metonímica ‘ reunión de brujas’), con sus satánicos ritos, como el de «dar ósculos al cabrón en el ojo que no tiene pupila», en palabras de Quevedo…Y, para colmo, en plena Ilustración, se procede a una deforestación masiva para ampliar los cultivos agrícolas, pretendida panacea de nuestra depauperada economía. Cuando esta política se convirtió en un fracaso absoluto, en lugar de apechugar con las culpas, les pusieron el sambenito a las pobres cabras… (Esto me suena y no sé de qué…)
En cuanto a que «en todas partes hay bucos sueltos», un colega mío decía que hay por ahí suelto mucho cabrón disfrazado de María Goretti. Son fácilmente reconocibles por su fanática devoción a san Benitiño bendito:
__ Se morro en San Benitiño d’Arriba, que me enterren en San Benitiño d’Abaixo. E se morro en San Benitiño d’Abaixo, que me enterren en San Benitiño d’Arriba.
__ ¿ E iso por qué?
__ Por foder.
Y es que un cabrito chospando es todo un espectáculo circense; pero es que tienen una tendencia irrefrenable a hacerse grandes, que ya ya…
Yo a las cabras les perdono todo, si siguen dándome sus deliciosos quesos. Me da igual que sea un queso payoyo de la zona de Grazalema, un queso extremeño de cabra verata o un queso «Cantarillos» de cabra alpina, de Salinas de Pisuerga. Bien que mis paisanos de Villarramiel (» En Villarramiel, todos pellejeros, y el cura, también») elaboren una excelente y acreditada cecina de equino. Pero es que Vegacervera, pueblo leonés cabecera del valle ( En Vascongadas o Navarra podría llamarse Aramburu – de arán ‘valle’ + buru ‘cabeza’-) que sube a las cuevas de Valporquero, hace ya un cuarto de siglo que elaboran una cecina de chivo que se sale del mundo. La exclusiva y excluyente Mantequerías Leonesas cometería sacrilegio, si no tuviera entre sus afamados productos esta delicia gastronómica. A principios de noviembre celebran cada año su Feria de la cecina de chivo, con degustaciones de diversos platos elaborados con ella. Con una coña que no es marinera, sino mesetaria, los vegacerveranos dicen que van a hacer el acopio de » líbrenos Dios»…
¡Fantástico! ¡Apabullante!
Uno de los sonidos de mi infancia es el de la leche de cabra cayendo a un cubo metálico al ser ordeñada.
El pueblo de mi madre está en Salamanca, en la zona de la Sierra de Francia. Recuerdo las mañanas en que la abuela nos llevaba a ordeñar a las cabras, con un cantero de pan duro en el bolsillo del delantal, que rumiaban los animales mientras se procedía a la tarea.
A los niños de la ciudad, mas melindres que los del pueblo, no nos gustaba la leche de cabra, demasiado fuerte para nuestros gustos. Pero no había otra cosa, así que, bien ensopada, era nuestro desayuno diario. Ahora el queso de cabra es una delicia que todo el mundo alaba, y eso que ya va teniendo poco de artesanal.
El abuelo mataba un cabritillo para vender la carne para la fiesta. Tengo la imagen de una res abierta en canal, y de una bolsa amniótica con un feto diminuto de dos cabezas.
En el imaginario infantil, los cabritillos eran animales buenos e ingenuos, como ocurría en el cuento de los siete cabritillos, o en la Epistola de Cabrín Cabrate, que cantó el Nuevo Mester de Juglaría:
Estaba Cabrin Cabrate
en una peña peñascate
y vino el lobo Lobate:
-«Cabrin Cabrate.
¿No bajas a comer hierba
hierba frescate?
Responde Cabrin Cabrate:
-«Lobo Lobate.
No bajo a comer la hierba frescate
porque me agarraras del gargaberate»
Responde el lobo Lobate:
-«Cabrin Cabrate.
¿No sabes que estamos en tiempo de ayuno
y que no podemos comer carne
de cabra ni de cabruno?»
Bajo el Cabrin Cabrate
a comer la hierba, hierba frescate
y vino el lobo Lobate
y le agarro del gargaberate.
Responde Cabrin Cabrate:
-«Lobo Lobate.
¿No dices que estamos en tiempo de ayuno
y que no puedes comer carne
de cabra ni de cabruno?»
Responde al Lobo Lobate:
-«Cabrin Cabrate.
Ante la necesitatem no hay pecatem».
Amen.
Gracias, Isabel!
Ayer se aclaró el misterio de la Santísima Trinidad. La causa de que todos los que no disponíamos del router de ADSL, inter quos la señora alcaldesa pedánea y el segundo de a bordo, nos hubléramos quedado sin internet era muy simple: algún fidelísimo devoto de san Benitiño había seccionado un cable exterior. Nada que comentar.
Hoy estamos de fiesta mayor y está el pueblito a reventar. Seguro que esta noche pasada ha habido muchos colchones tendidos en el suelo e incluso ha funcionado el sistema de camas calientes. Es la patrona, santa Marina. Mañana, después de la misa por los difuntos del pueblo, tendremos las dianas. Antes eran los quintos y el mocerío. Ahora es todo el pueblo, de todas las edades, sexos y condiciones, el que, acompañado por los dulzaineros, recorre una por una todas las casas del pueblo y, mientras se echan unas cuantas jotas castellanas, despachan lo que los anfitriones les tiene preparado, sin que falten las chuches para los niños. Hace ya años que un grupo de carrozas o canicas ( esto último por la presumible proximidad al gua, al hoyo -¡ lagarto, lagarto !-), incapaces de seguir ese ritmo, hacemos un recorrido de dianas por las casas de los componentes . En cuanto alcanzamos el tercer grado, el de los cantos regionales, y sin llegar al cuarto – insultos al clero y al jefe del Estado- ni al quinto -exaltación de la amistad- y por ende tampoco al sexto -negación de la evidencia-, en lugar del tradicional «Asturias, patria querida» (¡Quién te ha visto y quién te ve! ¡¡¡Himno de una comunidad autónoma!!!), nunca falta el » Cabrín cabrate» que tan oportunamente aporta Isabel, asturianadas como el «Tengo de subir al puerto, aunque me cubra la nieve», montañesas del tipo «Debaixo del molino nació el romero», palentinadas como el «Por el río Carrión bajaba un submarino…», habaneras tipo «Salió de Jamaica, y en casa del «abuelo», cariñoso apodo que arrastraba desde sus catorce años, exminero, fallecido hace dos años el día de santa Bárbara a los ochenta y seis tacos, padre de familia más que numerosa y con un humor a prueba de todo, el «Santa Bárbara bendita».
Si te apuntas, Abel, o cualquier otro seguidor del blog, no hay problema: disponemos de una opípara mesa de san Francisco…
Me ancantaría. Pero estoy lejos, junto al Mediterráneo.
Precioso texto que me recuerda tiempos de infancia. Hasta la repoblación forestal, en mi pueblo, como en todas la Tierras Altas, abundaban las cabras. Por la mañana cuando se tocaba «la cuerna» se abrían las puertas de las casas e iban solas hasta «El Corralillo» , lugar de encuentro del rebaño junto a la casa del cabrero (el tio Ratón). Cuando volvían por la tarde se producía el proceso inverso, acudiendo cada una a su puerta con las ubres llenas. Para las mujeres era el momento de terminar la labor, dar por terminada la tertulia e ir a ordeñarlas.
En mi casa no había cabras, por temor a las fiebres de Malta. Sin embargo recuerdo dos preciosas cabritillas que nos regaló, a mi hermano Jose Mari y a mi, un amigo de mi padre de Fuentebella, un día de mercado; recuerdo también nuestra preocupación al tener que soltarlas con las demás. ¿Sabrían volver a casa? ¿Seríamos nosotros capaces de identificarlas? No sé a quien de los dos se le ocurrió la idea. Al día siguiente, del cesto de la costura de mi madre sacamos una madeja de trencilla blanca… Las cabritas se incoporaron al rebaño engalanadas con unos lucidos y bien anudados lazos… Al regresar por la tarde, los lazos habían desaparecido de sus cuellos, para pasar, según nos dijo el cabrero, a ocupar el estómago de alguna otra cabra. A los pocos días, nunca supimos ni cuando ni cómo, desaparecieron de casa, para alegría de mi madre…
Una bonita historia.
En mi pueblo el lugar de encuentro se llamaba el “Recogedero” y éste era también el lugar de llegada. Por lo general, cada animal iba derecho a la casa de su dueño. Para inculcar esta costumbre en los animales había que utilizar determinadas estratagemas como tenerles preparado en casa, como premio, algo de pienso o enseñarles el camino cuando estaban criando guiándolas el dueño el primer día, portando el cabritillo recién nacido hasta su corral de destino. El instinto maternal hacía que aprendiera el camino y no fuera necesario salir en el futuro a recogerlas. Había, sin embargo, algunos animales que no eran capaces de encontrar su camino y era necesario salir a buscarlos. Resultaba normal que, tras la llegada de las cabras, se viera a bastantes jóvenes, recorriendo las diferentes calles, callejas y alrededores del pueblo preguntando e intentando localizar a sus respectivas cabras. También, la búsqueda de las cabras era una excusa perfecta o justificación que más de alguno ponía en su casa para salir a la calle y propiciar encuentros nocturnos entre chicos y chicas en situación de incipiente flirteo o noviazgo todavía no oficializado.
Siempre consigues, José Antonio, completar la historia acertadamente.
Tan interesantes como tus textos son los comentarios de tus blogueros.
En estos calurosos días de la canícula no puedo menos que acordarme de las cabras. Donde tengo mi casa, en el Alto Palancia (interior de Castellón), siempre hubo cabras y ovejas. El último pastor que subía a la aldea cada día y cerraba en ella su ganado se jubiló hace un par de años. Pero él sigue con un hatajo de unas diez o quince ovejas, que es lo que le permite la Seguridad Social por pagarle le pensión, y continúa por esos riscos los siete días de la semana, las cincuenta y dos semanas del año. Eso sí, ahora las cierra más a mano, junto al pueblo, sin tener que subir los seis kilómetros que le separan de la aldea. Y notamos que no está porque «el monte se nos echa encima». Con su ganado los alrededores y las calles estaban siempre limpias de hierbas. Y las cabras mordían – aún no sé cómo son capaces- las puntiagudas aliagas. Se nota su ausencia. En lugar de ellas ahora hemos tenido que utilizar desbrozadoras.
Buena estancia junto al Mediterráneo. No debemos andar muy lejos…
Efectivamente Javier, el mejor y más eficaz desbroce del monte, es el que realizan los animales herbívoros.
Ya lo decían nuestro abuelos: «LA MEJOR REJA, LA OVEJA»
Seguro que andamos cerca. Llevas razón: los comentarios son mucho más interesantes que mis textos, dónde va a parar.
¿ No echas en falta, Abel, en las actuales televisiones algún programa como Estudio 1 ? ¡ Qué tiempos aquellos en los que circulaba un chiste sobre la abundancia de programas de teatro en TVE !
— Paisano, debo de haber conectado con una emisora extranjera.
— ¿ Y eso ?
— Llevo diez minutos con el televisor encendido y aún no ha salido Pepe Bódalo…
Yo creo que representaron la obra completa de Alejandro Casona a raíz de su vuelta de su autoexilio a la Argentina ( La sirena varada, Prohibido suicidarse en primavera, La dama del alba, Nuestra Natacha, Los árboles mueren de pie, El caballero de las espuelas de oro – sobre Quevedo-, …). Cuando fue nombrado director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas, escribió cinco entremeses-farsas, inspirados en autores clásicos -don Juan Manuel, Juan de Timoneda, Cervantes, Boccaccio…- ,para su representación en los pueblos, como hacía la Barraca de García Lorca.
Un viejo refrán de la larguísima corriente misógina española rezaba: » Buena cabra, buena mula, buena mujer: muy malas bestias las tres». ( Por favor, no matéis al mensajero). Casona recrea uno de los cuentos del Conde Lucanor, de largo recorrido en la literatura universal y en el cine, con el título de «Entremés de la doncella que casó con mujer brava». Es meridianamente clara la solución del problema de la mujer- mula:
PADRE.- {…} cuanto tú tienes de buenas maneras lo tiene esa moza de malas y enrevesadas.
MANCEBO.- A eso os respòndo, padre, que no hay mula falsa donde hay un buen jinete.
¡Vaya , vaya! Así que el quid está en la forma de cabalgar… Pues en el caso de la cabra no estoy yo muy seguro de que sea esa una buena solución. O no entendería yo el singular caso del benemérito P. Feijoo, el ilustre benedictino, asturiano de Orense, que, a pesar de su empeño en erradicar las supersticiones que aún campaban por los ámbitos de las ciencias, cree posible la existencia de unicornios «por la abominable conmixtión de pastores y cabras». Claro: «La cabra, la cabra, la … … » La equitación será todo lo importante que se quiera, pero la grupa también cuenta lo suyo. ¿ O no ….?
Canto la palinodia. Donde dije digo digo Diego. No eran entonces los tiempos tan modernos como para que una doncella se casara con una mujer brava. El título es » Entremés del mancebo que casó con mujer brava».
Tu lapsus anterior -no sé si adrede- estaba muy acorde con los tiempos que corren.
Yo creo que casi todas las familias tenían una cabra o dos que se integraban en la vez comunal. Y luego, por la tarde, al volver, daba gusto verlas despedirse del rebaño y acudir cada una, sin titubear, a su casa.
Me sé de algún sotobosque que, de verlo tan atascado y tupido, cualquier rebaño de cabras seguro que balaría al unísono: todo el monte es orégano. Y harían un gran favor, pues la entresaca no funciona hoy bien, y el peligro de incendio es constante, sobre todo en esos robledales asilvestrados, sin animales salvajes o domésticos que los pulan.
Llevas toda la razón. Piendo que las cabradas en el monte deberían ser declaradas por el Estado de interés ecológico,de especial protección, y subvencionarlas convenientemente como corresponde. Estarían abiertos los caminos ¡y cuántos incendios forestales nos ahorraríamos!
¿Corderitos a la derecha y cabritos a la izquierda? ¿Que el papa Francisco nunca ha pertenecido a la derecha? Revisemos. La mala prensa de la izquierda, además de por la imagen bíblica, se debe, sin duda, a la superstición propiciada por la mántica auspicial romana, extendida luego a toda Europa, la adivinación del porvenir mediante la observación de las aves: entrañas, vuelo… El vuelo de la corneja de izquierda a derecha (de «sinistra manus» a «dextra manus») era presagio de mal augurio/agüero. Al contrario ocurría con el vuelo de derecha a izquierda . En la égloga virgiliana de Títiro y Melibeo dice éste último: «Saepe sinistra cava praedixit ab illice cornix» ‘Muchas veces lo predijo la siniestra corneja desde la hueca encina’ ( volando desde la izquierda). Y en nuestro primer poema épico, el Cantar de Mio Cid, leemos : » A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra, e entrando en Burgos oviéronla siniestra». Los hablantes, cuando una palabra se carga de connotaciones negativas, por supersticiones o por el lógico acojono ( palabrita con dos añitos de existencia en el DRAE) que evocan las que denominan enfermedades de Miserere y Requiem, las sustituyen por sinónimos inocuos hasta que éstos vuelven a cargarse de negatividad. Eso se ve perfectamente con la palabra » hética», de héctica ‘persistente’. Como las fiebres hécticas mandaban al pulguero a cantidades ingentes de mortales, nos pasamos al tecnicismo «tísico», del griego phthisis ‘ esputo’, sustantivo verbal de phthío ‘esputar’, por la típica tos con esputo sanguíneo. Luego la cambiamos por otro tecnicismo, «tuberculoso», que, con el tiempo, volvió a cargarse de connotaciones terroríficas, hasta que sir Alexander Fleming descubrió la penicilina ( chapeau para Fleming, quien, en June 10- 48, escribió en una bota jerezana «Si la penicilina cura a los enfermos, el Jerez resucita a los muertos»). Lo último que se ha escuchado para referirse a los pocos casos que se dan es » está del pecho»… Pues igual ocurrió con la malfamada siniestra. Simplemente la sustituimos por el sinónimo vasco «ezker», étimo de izquierdo/a. ¿ Los sinónimos significan exactamente lo mismo, se solapan? Tú mismo. ¿Qué habría pasado, si a un cronista parlamentario, el difunto Carandell, un suponer, se le hubiera ocurrido un día referirse, en vez de a la bancada de la izquierda parlamentaria, a la bancada de la siniestra parlamentaria? Mejor ni imaginarlo. ¿ De izquierdas el papa Francisco? Ya me encantaría , por el bien de la humanidad doliente, desgraciadamente muy mayoritaria, que fuera capaz de imprimir a la pesada e inercial maquinaria de la Iglesia un movimiento levógiro ( de laevus, también sinónimo de sinister ‘izquierdo’), en sentido contrario al de las agujas del reloj…Y creo que a él también.
Una de las manifestaciones culturales más significativas de Occidente es el teatro. Pues bien, en el fondo y en su origen fue una simple cabrada o, para ser más exactos, una simple cabronada, algo propio de cabritos con eutrofia. En Grecia las faenas de la vendimia tenían como colofón el sacrificio de un macho cabrío, que comían los vendimiadores en la última viña ( además de las uvas que seguramente habría llevado para postre el tonto de Beto, ya proverbial). Luego el amo, el paterfamilias, revestido con la piel del macho cabrío sacrificado, dirigía el canto de los ditirambos de agradecimiento por la vendimia al dios Dionisos. Esos ditirambos se llamaban » el canto del cabrón», o sea, tragoidía, étimo de tragedia, de trágos ‘cabrón’ y oidía ‘canto’. Ese corego o corifeo, jefe del coro, se convertiría en el actor principal, el hipócrita ‘ que responde’, el que responde a los parlamentos del coro. Es fácil deducir por qué hipócrita pasó a significar lo que hoy significa…
Creo que «La cabrada» ya ha dado bastante de sí…
Nunca creí que iba a dar tanto de sí, la verdad. Pero, leyéndote, ha valido la pena. Gracias.
Uno de los grandes espectáculos que puede brindarte la Naturaleza es la visión de una cabra caminando «como Pedro por su casa» por barrancos de alturas de las que no perdonan un fallo. Cualquier superficie, por mínima que sea, es aprovechada para dar un paso adelante sin la más mínima vacilación. Paseos imposibles por paredes verticales. Equilibrios insuperables con ausencia total de vértigo…
Últimamente me he hecho una auténtica fan del kefir de cabra. A ver si se me pega algo y camino con paso firme por todos los vericuetos de la vida…