LA TORMENTA
por elcantodelcuco
La lluvia golpea con fuerza en los cristales. Entre sol y sol, la tarde se oscurece. Retumban los truenos cada vez más cerca. Después de unos días amagando en silencio, con un poco de viento y cuatro gotas como tarjeta de presentación, hoy se ha desatado por estos pagos madrileños la primera tormenta del año. Ha respetado la decadente feria taurina de San Isidro y ha llegado aún a tiempo, como acostumbra, de visitar las casetas de la Feria del Libro en El Retiro. Según los del tiempo, el ruidoso fenómeno es general en media España. La atmósfera, no sólo la atmósfera política, está cargada de electricidad. Buena falta hacía la lluvia aunque los habitantes de la ciudad, metidos en sus escarabajos metálicos, llamen a esto mal tiempo. ¡Qué sabrán ellos! El aire estaba ya espeso, la tierra, calcinada y los pastos, agostados después de tanta flama. La royada amenazaba la mies.Y en las alcudias no crecían los sembrados. Si hay que alegar algo en contra es que esta lluvia viene con retraso. Hace un mes habría sido agua bendita. Por San Juan quita vino y no da pan. Pero en las Tierras Altas aún servirá para animar los tardíos y revivir los huertos que queden.
Lo malo es que venga una mala nube y arrase la cosecha, cuando ya espigan los trigos y blanquean las cebadas. Yo vi de niño el pánico en los ojos de los labradores cuando la tormenta asomaba por la sierra y al negro nubarrón le iban naciendo nubecillas blancas como si fueran el aliento helado de un monstruo. Enseguida llegaba el característico resfrior en la sangre. La tormenta avanzaba con un ruido sordo como el crótalo de la serpiente de cascabel y entonces no había duda: ¡Trae piedra!, proclamaban los hombres. ¡Trae piedra!, repetíamos todos. Y un escalofrío recorría las calles. Era lo más parecido al anuncio de la llegada del ángel exterminador. El vecino que estaba más cerca o más desocupado, corría a recoger la llave de la iglesia y subía al campanar a poner las campanas con la cabeza abajo y la saya arriba, para ver si la nube pasaba de largo y se iba río abajo. ¡Ay Virgen Santísima!, exclamaban las mujeres cuando oían el leve volteo entrecortado de las campanas para ahuyentar la tormenta. Casi siempre su poder mágico -esta virtud de ahuyentar las tormentas figura en el rito de bendición de las campanas- y se supone que la ayuda de San Bartolomé, el patrono, daba resultado, y el pueblo se libraba, un año y otro, de la desolación y la ruina. Pero nunca olvidaré el año que volvía yo de mis primeras vacaciones en el el mar y al alcanzar “La Exlusiva” el puerto de Oncala, un hombrecillo maltrazado comentó a mi lado: “Pues donde se han quedado rasos ha sido en Sarnago”. Aquello fue un mazazo. Allí no había seguros. Cuando entré en el pueblo, no se hablaba de otra cosa, la gente estaba destrozada, lo mismo que los campos que había contemplado en el camino, subiendo a pié desde San Pedro. Y lo que más me impresionó fue ver por primera vez llorando a un vecino, que no había echado nunca una lágrima ni en los entierros y que yo tenía por un hombre duro como la raíz de las estrepas.
Confieso que de niño en el pueblo, hasta mi primera juventud, sentía pánico a las tormentas, aunque no trajeran piedra. Cuando los truenos, ligeramente precedidos, casi coincidentes, de los relámpagos cegadores, restallaban como trallazos en los tejados y rebotaban en la mampostería de las casas, haciendo temblar los cristales de las ventanas, la carne indefensa del niño se acurrucaba temblando, muerta de miedo. “El que no teme a las tormentas -repetía siempre la abuela, que se santiguaba a cada relámpago mientras mascullaba jaculatorias- no teme a Dios”. La gente se agrupaba en los portales para disimular el miedo o para espantarlo algo mientras duraba el peligro. Cuando se alejaba la tormenta y los truenos se iban distanciando de los relámpagos, alguien decía “¡Ya se va!” y todos respiraban aliviados y volvían las risas, como una liberación nerviosa. Yo, mientras sonaban los truenos cerca, estaba convencido de que en cualquier momento podía matarme un rayo. Lo sentía como una amenaza cierta e inevitable. No tenía defensa. No había donde esconderse. Estaba a merced de la furia desatada en el cielo. “En mis manos levanto una tormenta” – dice Miguel Hernández, que las sufrió de cabrero en Orihuela- de piedras, rayos y hachas estridentes”. En el pueblo no había pararrayos. Nunca los hubo. Se contaban historias terribles sobre muertos por los rayos, y estragos causados en el ganado. Y te daban en casa y en la escuela consejos prácticos para evitar el peligro. Por ejemplo, no debías cobijarte debajo de un árbol y había que cerrar puertas y ventanas para impedir que entraran las centellas en la casa o se colara el viento de la tormenta, que se consideraba como un aliento pernicioso.
Poco a poco dejé de tener miedo y, ya en lugar seguro, hasta he salido a su encuentro y he disfrutado muchas veces contemplando con admiración la grandiosa belleza de la naturaleza desatada en el fragor de la tormenta. La vida cambia. En realidad, la vida consiste en un cambio de miedos. Según avanza, uno va perdiendo el miedo a muchas cosas. Entre ellas, a las tormentas y a la muerte.
Cada vez menos tormentas, esa es la sensación. ¿Era por abril aguas mil? ¿O aquella agua de mayo? Da pena ver los ríos secos, las fuentes exhaustas. Parece que los castigos nunca vienen solos. Si estuviéramos en el Medievo la gente saldría de penitencia por los caminos.
Hoy algunos oléis a tormenta, los del norte, digo. Aquí en esta zona de levante las últimas lluvias algo importantes fueron en marzo. ¿Cómo habrá agua luego para las miles de piscinas?
En fin…
Ayer, 9 de junio en Soria capital la tormenta descargó granizo y agua a manta. Hoy 10 de junio y a estas horas descarga agua a lo bestia. Son tormentas que llegan con un mes de retraso, cuando el cereal ya no se puede recuperar. La tormenta está a las 23.12 horas encima del Calaverón, rayo y trueno casi se confunden. No trae ruido como la de ayer.
Pobre campo y sus gentes. Ya no tenemos miedo a las tormentas, quizás por que no vivimos del campo, pero siempre me acuerdo de mi familia y amigos agricultores, allá por Tierra de Campos, cojo el teléfono y les llamo: una alegría sólo ha caído agua, bueno para las alfalfas y el girasol.
La resignación en sus palabras, «al final se podrá cosechar»,…
Lo curioso es que la España seca es la superpoblada. Somos así, Javier. La política del agua y la política demográfica sin importantes tareas pendientes del Estado. (No sé qué pasa, pero mis respuestas no salen en su sitio). De las tormentas de Soria, Luis, tengo puntual noticia. A ver si se salva la cosecha.
Muy mala compaña has escogido, Abel. No se trata de un personaje de reputación dudosa, es una antiquísima dinastía entera con una mala fama acreditada, de la que doña Tormenta no es sino un descendiente más del viejo TORQUEO,TORQUERE, TORTUM ‘torcer’. Es que no ha habido uno bueno:
TORCULUM, padre del actual “tórculo”, una máquina calcográfica que emplean los grabadores, y antes una prensa de vino o aceite, pero en origen un instrumento de “ tortura”, otro hijo de su padre TORTUM, para descoyuntar articulaciones ( puedes hacerte una idea, y de paso disfrutar con la lectura de un buen romance histórico del duque de Rivas, “Una antigualla de Sevilla”, que está en PDF).
”Tuerto”, ‘ retorcido o muy sinuoso’. “Retuerto”, lo mismo, pero en grado superlativo. “retortero”, ‘vuelta’ : “andar al retortero”, ‘ andar sin sosiego de acá para allá’ y “traer a alguien al retortero”, ‘ no dejar parar a alguien o tenerle engañado con falsas promesas’.
“Torcido”, ‘que no obra con rectitud’ y “retorcido”, aplicado a personas, ‘ de intención sinuosa’, y aplicado al lenguaje, ‘ confuso o de difícil comprensión’. “Torcer”, y su sustantivo “torcedura”, ‘ dar al rostro expresión de desagrado, enojo u hostilidad’, ‘tergiversar, dar una interpretación forzada o errónea’, y en forma pronominal, “torcerse”, ‘ hacer que un juez u otra autoridad falte a la justicia’, ‘ avinagrarse o enturbiarse el vino’, ‘ desviarse del camino recto de la virtud o de la razón’…
A/B=C/D nos decían que eran razones equivalentes. Pues “leño”, madero’ / “leña” = “tormento” / “tormenta. Si LIGNA > “leña” no es sino el plural de LIGNUM> “leño”, TORMENTA > “tormenta” no es sino el plural de TORMENTUM> “tormento”, con lo cual ya queda todo dicho: sin duda nació para “atormentar”… Te juro que esta etimología no es una coña marinera, sino la pura e sacrosanta veritá.
Y ahora en serio: tu entrada , de origen coyuntural por su actualidad, llega al lector, evoca y está muy bien escrita. ¡Lo que tenía que “acongojar” a los labradores para hacerles recurrir a unos inocentes toques de campana a tentenublo …! Para añadirla a la larguísima serie de tormentas literarias, como la de “Las ratas “, de Delibes, o la galerna de “Sotileza”, de Pereda. Por cierto, ¿ consiguieron algo los agricultores sorianos que destinaron 72.000 € a la adquisición de dos aeronaves, para localizar los aviones que bombardeaban las nubes de tormenta del Moncayo y les dejaban sin agua para sus campos ?
Por aquí, aunque dicen, y es verdad, que “En Aguilar siempre escampó (hmm)”, las lluvias son una feliz lotería, de momento sin pedreas, el cielo sigue encapotado y los arrieros no pueden proseguir su camino, porque no aparece en el cielo ni una clarita:
Dizque dos arrieros estaban asomados a la puerta de una posada sevillana, esperando que pasara la tormenta:
__ Por allí viene una clara, voy a seguir.
__ Ten cuidado, ya sabes que no hay clara que no sea puta.
__ Ni arriero de Morón que no sea un cabrón – le espetó la criada de la posada, Clara de nombre, que se dio por aludida.
Nunca imaginé que la palabra tormenta trajera tanto ruido etimológico detrás. ¡Admirable! ¡Gracias! ¡Ah! En cuanto a la avioneta que ahuyentaba las tormentas en las Tierras Anchas, al pié del Moncayo, no he vuelto a tener noticia. Pero cuando el ruido suena entre las nubes…
¿Ruido etimológico la tormenta, dices? «El ruido con que rueda la ronca tempestad» ( José de Zorrilla), el ejemplo más citado de aliteración onomatopéyica…
Con relación a amainar las tormentas, escampar o aclarar, recuerdo a un paisano llamado Dámaso Martínez que tenía una facilidad innata para confeccionar poesías improvisadas en relación con situaciones o hechos de la vida diaria. Tal fue el caso de la dedicada a un veterinario con motivo de su jubilación, la inauguración de la fuente en la plaza, el encuentro con los funcionarios que iban de paseo o la dedicada a chicas casaderas.
Era costumbre, mantenida hasta fechas posteriores, que los jueves por la tarde, los alumnos de la escuela salieran de excursión al campo junto con los maestros. Uno de esos jueves con el cielo encapotado de nubes, se encontró el tió Dámaso con el maestro don Rafael y los niños por el camino del Prado y les improvisó el siguiente cuarteto:
Con los chicos de la escuela
va don Rafa a pasear.
No tenga miedo al nublado
que la “Clara” va detrás.
Detrás de los chicos iba una mujer del pueblo llamada Clara y utilizó la similitud y el juego de las palabras “clara” con “aclarar” o despejar las nubes, para glosar ingeniosamente la situación.
¡Ya aclara! Esa era, en efecto, la expresión habitual cuando cedía la tormenta. ¡Bien por Dámaso Martínez! Siempre había en los pueblos un tipo que acostumbraba a rimar coplillas sobre lo que pasaba con especial sentido del humor. No olvidemos que los romances anónimos nacieron en el pueblo y fueron rodando de boca en boca durante generaciones, mejorando en el camino.
No cabe duda que no representa lo mismo la tormenta para el campesino que para el urbanita. Este último la recibe con ganas cuando llega porque no se juega nada. Al contrario, disfruta con cada relámpago, con cada trueno, asomándose al espectáculo que representa por novedoso. No hay nada como el olor a lluvia y tierra mojada, no hay como un día de tormenta para disfrutar en casa leyendo y escribiendo.
Tus miedos me traen a la memoria los de Rodrigo, tu hijo, cuando muy de pequeño confundió el sonido del mar con la «tomenta».
Así es, Chiqui. En el pueblo y en la ciudad hay distintas percepciones de la misma realidad.
«La vida consiste en un cambio de miedos». Es verdad. Uno va poniendo en perspectiva a medida que crece unas cosas, pero se va topando con otras a las que no sabe enfrentarse.
Tremendo lo del destrozo en los campos que ocasiona una tormenta y lo que puede cambiar la vida a las personas que lo padecían.
Sí, la vida dependía de una mala nube. Sin defensa posible.
Debía de ser terrible perder todo un año de durísimo trabajo cuando la tormenta destrozaba las cosechas…
Imaginemos los de la ciudad estar un año entero trabajando y no cobrar absolutamente NADA al final. Y eso que nosotros estamos sentados y calentitos o fresquitos según se tercie…
Antes el labrador había roto la tierra, binado, aciemado, sembrado, escardado…Veía a la mano ya el fruto de tanto trabajo. Contemplaba la hermosura de las espigas doradas, dispuestas para la soñada recolección…Y en una mala hora todo su sueño se venía abajo…Ni siquiera salía la noticia en el periódico.