LA DESPENSA NATURAL
por elcantodelcuco
A Chiqui por su amor a las plantas y su magnífico blog
Ahora que está en auge la alta cocina dispuesta con productos naturales del entorno, de lo más variopintos y curiosos, hasta no hace mucho despreciados, y cuando proliferan las iniciativas comerciales sobre medicina natural -Soria Natural, sin ir más lejos-, voy a hacer un repaso, hasta donde la memoria me alcance, de los frutos del campo que comíamos de niño en Sarnago sin encomendarnos a Dios ni al diablo; o sea, sin conocer sus propiedades o sus peligros. El primer acontecimiento de mi vida de que tengo memoria clara es una fuerte intoxicación o envenenamiento, cuando tenía apenas tres años, que me puso, según me han contado, al borde de la muerte. Quedó por lo visto claro observando lo que arrojé por mi boca que me había hinchado de comer “cuquillos”, los pequeños frutos rojos de una enredadera silvestre. Nunca más se me ocurrió probarlos. Pero, en general, todo el mundo en el pueblo sabía distinguir lo que era comestible de lo que no. En caso de duda, como pasaba con las setas, la gente era precavida y prefería no exponerse a un disgusto serio. Lo que no conocíamos ni sospechábamos eran las virtudes que tenía para nuestra salud esa despensa natural.
En esas Tierras Altas, frías, áridas, pobres y montañosas, los frutos del campo tienen más sabor. Allí prácticamente no había frutales, porque las heladas tempranas acabarían con el fruto en flor. Nos quedaban las sabrosas moras de zarzal, que recogíamos, nada más empezar a madurar, en frescas hojas de berza, y al final del verano, en rezumantes cestas. Pero recuerdo que también nos comíamos, después de pelados, los brotes verdes de la zarzamora Las endrinas había que recolectarlas después de las primeras heladas a comienzos de otoño. Perdían entonces la aspereza y se ofrecían ya blandas y dulces para saborearlas directamente o para meterlas en la botella de aguardiente. Un pariente cercano del endrino era el bizcobo, que, entre otros nombres, se conoce por majuelo o espino albar. En los ribazos de los campos de labranza, cubiertos de flor blanca, los bizcobos han sido siempre la alegría de la primavera. Su fruto pequeño y rojo que envuelve una sola semilla posee, según he sabido ahora, además de una concentración de vitaminas, ciertas propiedades comprobadas para mejorar los problemas circulatorios y del corazón. Sirve también para mermeladas y para dar sabor al vino y al brandy. En Inglaterra es legendario el “espino de Glantosbury”, que florecía, hasta que murió, dos veces al año (me imagino que esa es la raíz del nombre de “bizcobo”). Allí se venera “El viejo espino Hethel”, junto a la iglesia de esta pequeña localidad, que tiene más de setecientos años. ¡Cuántas generaciones habrán visto algunos de los bizcobos de Sarnago! En la tradición gaélica el espino blanco señala la entrada al otro mundo y se relaciona con las hadas y con las rutas místicas.
Vecino de éste es el calambrujo, como se llama a este familiar arbusto en las Tierras Altas, conocido, en general, por escaramujo o tapaculo. Es un rosal silvestre con hermosas flores rosadas elementales, de apenas cuatro hojas, que algún gracioso llamó rosas de perro y con eso se han quedado. Su fruto, de color anaranjado-rojizo, cuando madura, es una bolsa de semillas y un concentrado vitamínico, con una extraordinaria carga de vitamina C. Su alto contenido en taninos convierte al calambrujo en astringente, arma eficaz contra la diarrea; de ahí lo de tapaculo. En algunos sitios como en Inglaterra fabrican con la piel del escaramujo estupendas mermeladas. Y en este apartado de plantas medicinales, no podemos olvidar la gayuba, también llamada uva de oso o uva de zorro. Es una planta rastrera que alfombra de verde los brezales del monte. Todos los intentos de aclimatarla al costero de mi jardín en Las Rozas de Madrid han sido inútiles. Sólo se cría en las tierras pobres y montañosas. Sus propiedades medicinales son asombrosas. Su fruto rojo, bien conocido en botica, da pie a fármacos contra las enfermedades urinarias, cistitis, piedras en el riñón, etcétera, además de ser diurético y servir para curar heridas. Las hojas sirven para curtir pieles. Nosotros nos comíamos las gayubas porque nos gustaban y consumíamos en el monte, como si fueran palomitas de maíz, puñados de “gapas”, como llamábamos a las arracimadas y dulces flores del gayubo, blancas con fino borde rosado.
En esta despensa de la naturaleza no faltaban las maguillas, o pequeñas manzanas silvestres, las magüetas o fresas salvajes, que en otros sitios llaman mayetas, las bellotas, los espárragos silvestres, las pomas, las nueces y avellanas, la grosella y los arándanos. Ni siquiera hacíamos ascos a los virotes de las berzas. Con uno de estos virotes dulzones me obsequió en El Vallejo la tía Romualda, la bizmera, cuando bajé de niño en busca de la gargantilla para curar a la cochina recién parida. Y me quedan tres productos naturales, que consumíamos habitualmente, con no poco deleite, y de los que no he logrado tener referencias ni equivalencias. A veces he pensado que alguno de ellos, a juzgar por ciertas experiencias extrañas de la infancia, podía tener poderes alucinógenos. Son estos: el “perque”, una cebolleta dulce de la que emergía en el robledal una flor morada, que nos daba la pista para dar con ella; el “amugue”, un tubérculo pequeño como una bolita, que descubríamos en la pradera porque correpondía a una hierba con una raya blanca; y, en fin, las “aciablas”, unas pequeñas plantas con hojas anchas que sabían a limón y que brotaban arracimadas en las eras después del verano, lo mismo que los “gallos” o espantapastores.
Todo eso consumíamos. Seguro que me olvido de otros frutos que se ofrecían generosamente a la mano y que no despreciábamos. La sabia naturaleza era nuestra despensa habitual, quién sabe si también la guardiana de nuestra salud. Me ha parecido bueno el recordatorio para que esto no pase al olvido, como tantas cosas.
Las majuelas también dicen que son buenas para combatir el insomnio. Alguien me comentó no hace mucho que son especie protegida y que no te pillaran cogiendo por el campo.
Además de todas las que mencionas, también recuerdo comer de niña los pámpanos de las vides silvestres, de sabor ácido. Las dulces flores de las acacias, pan y quesillo, las llamábamos. Los troncos tiernos de los rosales, debidamente pelados, los brotes de la flor de la malva… Por no hablar de todas las plantas con las que se hacían infusiones o cocimientos para curarlo todo, catarros, torceduras, infecciones, gases de los niños…
Yo también echo de menos a Tejerina, con toda su sorna y sus conocimientos.
Me parece que el majuelo es el bizcobo, y las majuelas, por tanto, las bizcobas. ¿Especie protegida? Bien pudiera ser. La concentración parcelaria, arrasando ribazos, vitales para el ecosistema, hizo estragos en este sentido y se llevó a los majuelos o bizcobos y a los escaramujos o calambrujos por delante. Llevas razón, Isabel, las infusiones con flores y plantas del campo -manzanilla, te de roca, etcétera- daría para otra entrada.
Hola Abel: Gracias de nuevo por tus escritos que me recuerdan mi niñez en mi pueblecito pequeño leonés. A los nueve años me fui al colegio y en vacaciones disfrutaba de todas las cosas que citas en tus reatos . Ahora que la O.M.S. nos advierte de tantos y tantos peligros en los alimentos, seguro que sus componentes, no han probado el buen chorizo, cecina, frutos silvestres etc.etc. etc .Espero que impere el sentido común y vigilen cómo alimentan a los animales que nos proporcionan las necesarias proteinas y ayuden a los agricultores y ganaderos para que no tengan que cerrar las puertas de sus granjas y que se siga cultivando los estupendos frutos de la huerta del norte y centro de nuestra querida España.. Un abrazo.
Sólo puedo decirte, Balbiba, que así sea. ¡Bastante están sufriendo ya los ganaderos para que les vengan con más quebraderos de cabeza! Pero hoy yo he querido poner de manifiesto la virtud de las plantas. Gracias.
No sabes lo que te agradezco la dedicatoria, Abel. Siento que estos días no estaba al tanto de tu blog porque tengo mucho trabajo. Leeré despacio esta Entrada que ya solo por el título invita a entrar. Mañana más.
Ya pude leer con calma la Entrada. Creo que son necesarios, no sólo
escribir sobre ello sino intentar proteger y reproducir algunas de
esas especies. Nosotros tenemos escaramujos de rosal silvestre, espino
albar y ese té que tu llamas de roca que supongo es el te de huerta
cuyas flores utilizo yo para composiciones florales de flor seca
prensada.
Está claro que lo que se daba y se da bien en Castilla León no se da
en Castilla la Mancha. Nosotros estamos intentando reproducir aquellas
plantas que sean resistentes a la sequía. Yo estoy descubriendo
tesoros escondidos y disfrutando de mi blog como no os podéis hacer
una idea. El blog me hace estar atenta y poner mi atención en lo que
de otro modo me podías pasar desapercibido.
Os invito a adentraros en el mundo de las plantas silvestres
comestibles (nosotros tenemos collejas, verdolaga), de las semillas de
árboles comestibles (almecinas).. Se da muy bien en esta zona el
palodú.
Recogidas las almendras y los higos, éstas dan paso a las bellotas
(tenemos muchas pero no tiene en nada que ver a las de mi infancia que
me traían de Extremadura). Ahora estamos recolectando el azafrán.
Hace dos días el viento partió una inmensa rama de nuestro eucalipto
(cuyas hojas en infusión tiene propiedades excelentes) y he repartido
ramas por doquier.
¡Ah! También disfrutamos en su momento de las florecillas de la
robinia o falsa acacia, la del pan y quesillo. De todos modos, Abel,
en la infancia nos comíamos casi todo y sobretodo en la de tu
generación.
Para terminar, deciros que cultivamos algunas plantas tintóreas y la
Isatis es de una belleza inmensa.
Seguro que me he quedado atrás en algunas Entradas porque no se qué ha
pasado con el «Sabio Tejerina».
Está claro que la dedicatoria de esta entrada mía estaba más que justificada. Espero que sigas ilustrándonos y descubriendo este mundo fantástico de las plantas, las flores y las semillas. En cuanto al «sabio Tejerina» el misterio consiste en que no sabemos nada de él hace tiempo, y lo echamos en falta. ¿Alguien da una pista?
Puede que a Tejerina se le haya complicado la visión porque en su último comentario de Agosto ya me parece que apuntaba algo al respecto de una intervención.
A ver si él o alguien nos da una pista.
Aparte de la variedad de productos vegetales, otra característica a destacar era que la naturaleza los iba ofreciendo de forma escalonada. Cada tiempo tenía sus frutos. Algunos de los frutos mencionados se utilizaban también para “fabricar” juguetes. Tal era el caso de los escaramujos con los que las chicas confeccionaban bonitos collares y pulseras enhebrando, los más rojos, uno a uno en un hilo. Las gayubas era un excelente manjar para las ovejas que pastaban en los montes de encinas y robles. A los chicos también nos sabían muy ricas las grosellas, los limoncillos, las moras de morera, así como las “sielvas” producidas por un frutal silvestre que se criaba, sin ningún tipo de cuidado, en terrenos de mala calidad. El problema de las moras de morera era que te ponías la ropa perdida y costaba alguna regañina por parte de nuestras madres. El problema de las sielvas era que resultaban muy astringentes; como el escaramujo, eran un potente “tapaculos”. Por lo que observo en mi pueblo, desgraciadamente algunos de estos árboles y plantas son ya especies en trance de desaparecer.
Habría que intentar salvar todas estas especies, tan características de nuestra tierra, tan ecológicas y de tantas aplicaciones desconocidas. Son parte esencial del paisaje y, por tanto, de nosotros mismos. No sé lo que son las «sielvas». Sospecho que son lo que nosotros llamábamos «pomas», que traían los de Villarijo en pequeñas cestas al mercado de los lunes en San Pedro Manrique. Y que tenían bien ganada fama de astringentes.
No sabes con qué placer acabo de entrar en “nuestra despensa” disfrutando de todo lo recolectado: moras de zarza, endrinas (en ellas aprendimos el sabor “amargo” antes de entrar en sazón), tus “bizcobas” eran mis “bizcoyas” “majuelos” para el resto, gayubas, maguillas, bellotas (pero las dulces, las amargas no se las comían ni los cochinos), avellanas… Habría muchas más.
Déjame que me regodee en cinco productos de entre los que has citado:
– Las moras “terreñas”. Hace poco jugaba yo en el Facebook Grupo POBAR recordando el juego infantil “Tu no eres de Pobar si…” y una de mis participaciones fue la de “… si no sabes distinguir las moras ’terreñas’ de las de zarza”. Así las llamábamos, terreñas, se criaban en las paredes de los huertos y eran muy parecidas a lo que después conocimos como las grosellas.
– Tus “calambrujos” eran mis “escalambrujos” y para ambos “tapaculos”. Desconocía su cualidad de astringente y casi se me ha roto el embrujo que el término tapaculos tenía allí en la zona del misterio mezclado con el rubor que a algunas niñas les producía el pronunciarlo y cierta prevención a todos el comerlos.
– Tus “virotes” de las berzas eran mis “retoños” y yo no los probé nunca porque a mi hermano Jesús, de muy pequeño, le dio tal cólico la ingestión de retoños que temieron por su vida. Si con esta inyección, debió sentenciar el médico muy en serio, no reacciona no hay nada que hacer. Así me lo ha contado más de una vez, luego sí reaccionó.
– El “amugue”, “así lo describes, un tubérculo pequeño como una bolita, que descubríamos en la pradera porque correspondía a una hierba con una raya blanca”. Hace unos meses les requería yo esto a los de mi pueblo: “Recuerdo que ahora en la primavera decíamos: “Esta tarde nos vamos a coger amugues”, y nos íbamos a la eras de abajo. Íbamos buscando unas plantas de tres o cuatro hojas, verdes, muy alargadas que tenían (y ese era el distintivo) una raya blanca estrecha a lo largo de toda la hoja, había que localizar el tallo y con la ayuda de un palo entresacar el bulbo blanquecino (especie de cebolleta) que estaba hundido en la tierra a tres o cuatro centímetros, tenía el sabor parecido al de un rábano pequeño, pero no picante. A ver si con estos datos alguien es capaz de confirmarme o darme algún dato nuevo sobre los amugues”. Nadie me contestó, pero tu ahora me lo evocas.
– Hablas de las “aciablas” unas pequeñas plantas con hojas anchas que sabían a limón y que brotaban arracimadas en las eras después del verano. Y también les pedía información: “Yo recuerdo (pero esto mucho más difuminado) que también íbamos a por otra planta y también en las eras. “Hoy vamos a comer ¿vinagrillo?”. Pero no os fieis de lo de vinagrillo, a lo mejor se llamaba de otra forma, “verdín” quizás. Recuerdo que eran unas hojas alargadas y lobuladas, que sabían mucho a verde, a hierba verde. Siempre recordaré que, pasado el tiempo, la primera vez que yo vi la rúcula como ensalada, me dije: “Esto es el vinagrillo que, de críos, lo comíamos en las eras de mi pueblo”. Lo decía por la forma de las hojas. Después ví que el sabor era distinto al que yo recordaba y concluí que lo que nosotros comíamos no era “¿vinagrillo?”. Necesito alguien con buen paladar y buena memoria con quien poder compartir unos amugues revueltos con unas hojas de vinagrillo, para que nos lo aclare”. Tampoco hubo aclaración. No se al final que será de tus “aciablas” y de mis “vinagrillos o verdines” pero seguro que estamos de acuerdo en que si alguien nos pide que pongamos la mano en el fuego de que las hemos catado, ¿la ponemos?. Yo sí.
Déjame que te recuerde dos o tres productos que no he visto en la despensa pero seguro que están: los berros ¡qué ricos y qué lozanos los cogíamos en la fuente de la balsa de Pobar!, el panyquesillo (así, todo junto) ¡lo libábamos de los brotes de las malvas!, la flor del sauco ¡sus vahos estaban relacionados no recuerdo si con el resfriado o con la hinchazón del dolor de muelas!.
¡Buena descripción! Los «botones» de las malvas se me habían pasado. Y las aplicaciones medicinales de la flor del saúco eran, en efecto numerosas. Curiosamente en el término de Sarnago, donde brotaban numerosas fuentecillas, no recuerdo haber cogido berros. Pero puede que sí.
Recuerdo lo que decía un mendigo:
«Si con malvas te crías, mal vas»
Pase gran parte de mi infancia en La Alcarria, rodeada de pinos carrascos, encinas, sabinas y madroños. De estos últimos cogíamos sus rojos frutos para comerlos in situ o para hacer deliciosas mermeladas.
Siempre me he preguntado por qué el madroño es el árbol del escudo madrileño si por aquí no se ve ni uno.
Bueno, aquí en la calle donde vivo, junto a la puerta de mi casa, sin ir más lejos, hay varios madroños. Al pasar suelo coger uno de sus frutos que ya rojean. Sí, sí, el madroño se da muy bien en Madrid, y florece y da fruto casi todo el año.
Todo un mundo de plantas que con el tiempo han perdido su actualidad. Había toda una serie de alimentos que ayudaban a pasar la apretura de las gentes del campo. Aquello de que lo «no mata engorda» se cumplía plenamente. Al igual que los nativos de las selvas, los nuestros sabían también aprovechar el medio. Maravillosa su sapiencia.
Así es. Pero no era sólo por necesidad. También por el instinto natural de probar los frutos de la tierra. Por algo estaban allí.Con el tiempo y el paso de las generaciones se alcanzó, como dices, un fondo de sabiduría, que ahora, me temo, se está perdiendo.
“Échame a mí la culpa de lo que pase”. Aunque, bien mirado, habida cuenta de que a nadie le gusta llevar en brazos al animal más pesado de la avifauna, el mochuelo (nadie quiere cargar con él), y de que “ ni una sola hoja cae del árbol sin la voluntad de Dios”, prefiero dejarme de canciones y reformularlo así: “Échale a Dios la culpa de lo pasado”, mensaje verbal acompañado de una media sonrisa y un guiño de ojo… Y lo pasado no ha sido más que una “anacóresis” o retirada anacorética al eremitorio de una Tebaida íntima sui generis… Creo que ya he tenido ración suficiente de saltamontes y miel silvestre. Punto final. No escudriñaré más…
Magnífica cesta ecológica de cotufas y gollerías campestres de nuestra , ¡ay! ,lejana infancia, la que has presentado, enriquecida con las aportaciones de los seguidores del blog. Ahí va alguna otra:
a.- Los hayucos, los frutos del haya, que nos recomendaban los mayores comer en pequeñas “diócesis”, porque daban dolor de cabeza.
b).- El regaliz de montaña o regaliz de puerto, retorcido, irregular, menos grueso que el palolú del que habla Chiqui. El paloduz es el Glycyrrhiza glabra, mientras que el regaliz de puerto es el Trifolium alpinum. Por cierto, el regaliz es un vocablo “ildefonsobélico”, algo así como la España que pensaba dejar a los españoles don Alfonso Guerra, irreconocible por la propia madre que la parió. Los griegos lo llamaban γλυκυρρίζα , compuesto de γλυκύς ‘dulce’, que reconocemos en GLUCosa, GLUCemia … y ρίζα ‘raíz’, que podemos reconocer en RIZoma, micoRRIZa… El latín importó la palabra como préstamo, previo primer maquillaje, como liquiritia . Y el castellano , en su reimportación , acabó por desfigurarlo a base de metaplasmos, dejándolo en regaliz. Si alguien reconoce en regaliz al glycyrrhiza originario, lo envidio…
En lo concerniente al té la cosa se complica. Según la comarca de la que hablemos el té de huerta puede referirse a tres diferentes plantas: Bidens aurea, Clinopodium dentifolium o Lithospermum officinale. El té de roca, té de peña, té de Aragón ,etc., es la Jasonia glutinosa. O no, porque el té de montaña que se coge en todo el norte de Palencia, el que yo he recogido siempre en Valurcia ( falda de la Peña Redonda) o en el castro de Zacarriel y en las inmediaciones del despoblado de Viarce ( a los pies del Pico Tres Mares, límite con Cantabria), el que se puede comprar en manojitos en Cervera de Pisuerga, es la Sideritis hyssopifolia. Lo de Sideritis, porque se empleaba en vulneraria, la curación de heridas producidas por instrumentos de hierro, y lo de hyssopifolia, porque la hoja es parecida a la planta llamada hisopo por su parecido al instrumento empleado en las ceremonias religiosas ( Asperges me hyssopo et mundabor…).
c).- Las aceras o acederas, que, según mi leal saber y entender, son las aciablas de Abel y el vinagrillo de Aurelio Pascual. El N.L. (nomen Linnei) es Rumex acetosa. En latín acetum designaba el vinagre, el vinum acre ‘vino agrio, vinagre’ ( Cfr, el Oficio del Viernes Santo: “Et terribilibus oculis, plaga crudeli percutientes, aceto potabant me” ‘ Y con ojos terribles, azotándome con un golpe cruel, me daban a beber vinagre’). El ácido acético algo, más bien todo, tiene que ver con el sabor del vinagre.
d).- Las barbajas, que la RAE define como planta compuesta similar a la escorzonera. Se encontraban en las eras, cunetas y linderas. Aplastadas contra el suelo, tenían forma circular; los radios eran las hojas, cada una de las cuales presentaba a uno y otro lado unas lacinias. Se usaban como ensalada. Se clasifican como Scorzonera laciniata. En catalán víbora se dice escurÇó. Una planta similar es la viborera o paquetequieromañosa, Equium vulgare (έχιον en griego clásico, y οχιά ,en griego actual, ‘víbora’). Ambas se emplearon como preventivas y curativas de las mordeduras de víbora, por razones convincentes, fundadas en criterios de lo más científico: la escorzonera, porque la raíz recuerda la morfología de la víbora; y la viborera, porque su fruto , de forma triangular, recuerda la cabeza de la víbora. Como para fiarse de la Virgen y no correr…
Me produce una gran alegría que hayas salido de la «anacóresis» esa y estés de nuevo con nosotros. Me tenías preocupado. Nos tenías preocupados a todos los que nos encontramos aquí cada semana. Convéncete. Lo digo como lo siento: el maestro Tejerina es imprescindible para que este foro no decaiga. Tu vuelta, cargado de sabiduría, etimologías e ironía, es el mejor regalo para el cuco, cansado de cantar en vano.
Interesantísimo y de rancio abolengo el refrán que José Antonio Alonso recoge de boca de un mendigo: «Si con malvas te crías, mal vas». Son tantas las propiedades de las malvas, que, si no se llaman curalotodo, es porque ese nombre ya tiene dueño. Y debe de ser verdad, porque creo que todos hemos decidido emular al naturalista romano Plinio el Viejo y convertirnos algún día ( eso sí, sin prisa, que las prisas no son buenas para nada) en criadores de esas salutíferas plantas…
Aporto una variante del refrán, algo así como lo que en Química sería un alomorfo, » ¡Ay, Blas, Blas, si por malvas vienes, mal vas!». Mantiene la esencia de la gracia del refrán, el calambur malvas/ mal vas ; pero le añade el Blas, que, además de la similicadencia de la rima Blas/vas, personaliza la acción en un personaje antonomásico que podríamos ser todos y cada uno de nosotros. Y añade la figura literaria de la antítesis ir/venir, vieja conocida en nuestra literatura.
Don (también por ese tratamiento hubo su cachondeíto) Juan Ruiz de Alarcón, uno de los grandes dramaturgos de nuestro Siglo de Oro, tenía poco que agradecer en lo físico a la madre naturaleza. Además de poco aventajado en estatura, era doblemente corcovado, tenía una doble corcova – además de chepa ,tenía malformación pectoral, el pecho en forma de quilla de barco, lo que los médicos llaman pectus carinatum. Ilustres contemporáneos lo llamaron «camello enano», «don Talegas», «poeta entre paréntesis»… Juan Fernández le dedicó esta sarcástica quintilla:
» Tanto de corcova atrás
y adelante, Alarcón, tienes,
que saber es por demás
de dónde te corco vienes
o adónde te corco vas.»
Efectivamente, con el tratamiento de «don» ha habido mucho cachondeíto. Recuerdo, en este sentido, la poesía que el segoviano de Cantalejo, José Rodao dedicó al «Remendón del pueblo»:
Era tan necio Ramón
zapatero remendón,
que gruñía y se enfadaba
cuando se le tuteaba
y no le daban el “don”.
-¡Yo soy don Ramón!- decía-
y la gente se reía
de aquel hombre estrafalario,
y todo el mundo seguía
tuteándolo a diario.
Por fin, como el hombre iluso
se ponía el don, su abuso
quiso el pueblo castigar
y empezáronle a llamar
de apodo don Selopuso.
Para él era un sambenito
y acabó por indignarse,
poniendo en el cielo el grito,
y pensó como librarse
de aquel apodo maldito.
Y no halló otra solución,
en su triste situación,
para borrar el apodo,
que dar un convite a todo
el pueblo. Lo hizo Ramón,
y aprovechó los momentos
de ver a todos contentos,
para pedir formalote
que olvidaran aquel mote
motivo de sus tormentos.
Prometiéronselo así
y le dijeron que allí
no volvería a oir ya
el don Selopuso aquí
y el don Selopuso allá.
Su deseo consiguió,
porque enseguida el abuso
de aquel mote terminó
y ahora no es don Selopuso…
¡ahora es don Seloquitó!
Pero bien puede afirmar
que su empeño singular
de tener “don” lo ha logrado
con el mote que le han dado…
¡Tiene el don… de no acertar!
Pues el té de huerta que hemos cultivado, traído de Cantabria es el bidens aurea que se propaga y es treméndamente invasor. Yo utilizo su flores para hacer composiciones de flor seca prensada.